El dulce reino de los unicornios
Había una vez un país mágico llamado Dulcelandia, donde los unicornios vivían felices y todos los árboles estaban hechos de caramelos. Las montañas eran de chocolate y los ríos de limonada. Los unicornios recorrían sus praderas de malvavisco y se bañaban en fuentes de jarabe dulce. Todo en Dulcelandia era alegría y color, pero más allá de sus fronteras, la sombra de la maldad acechaba.
En una cueva oscura, vivía una bruja llamada Malfina, que odiaba a los animales y deseaba acabar con su felicidad. "¡Ese reino de dulce me da asco!"- decía mientras preparaba malvados hechizos. Cada vez que un unicornio rentaba cerca de la frontera, ella se enfurecía más. "¡Voy a demostrarles que no hay dulzura en el mundo!"- gritaba.
Un día, cuatro pequeños unicornios, Luna, Estrella, Dorado y Nube, jugaron cerca del límite, ajenos al peligro. Mientras pasaban un rato juntos, Dorado, el más aventurero, se acercó a la frontera. "Miren, amigos, ¿qué hay del otro lado?"- preguntó intrigado.
"No lo sé, pero nos han contado que hay una bruja mala"- respondió Luna. "No me gustaría conocerla"- dijo Estrella, temiendo lo desconocido. "Pero... ¿y si es sólo un cuento?"- preguntó Nube.
Decididos a saber la verdad, los cuatro unieron sus fuerzas y se adentraron en la oscura cueva de Malfina. Allí, encontraron frascos de pociones y un gran espejo. Al mirarse, se dieron cuenta de algo extraño: el reflejo de los unicornios aparecía cubierto de sombras.
"¿Qué nos está pasando?"- se preguntó Nube. "Debemos irnos, esto no es bueno"- dijo Estrella. Pero no alcanzaron a salir cuando Malfina apareció con una risa siniestra.
"¡Bienvenidos, pequeños unicornios!"- dijo la bruja, "He estado esperando un momento como este para acabar con su dulzura"-. Los unicornios se miraron, asustados, pero Luna tomó valor y habló. "¡No puedes destruir lo que no entiendes! En Dulcelandia, todo está lleno de alegría y amor"-.
"¡Amor!"- replicó Malfina. "¿Qué saben ustedes de eso?"- La pequeña unicornio, con una sonrisa, respondió: "Sabemos que ser dulce es compartir, ayudar a otros y ser felices, incluso cuando hay problemas"-.
Malfina se detuvo un momento. "¿Compartir?"- se preguntó. Nunca había comprendido el verdadero significado de la amistad. Entonces, los unicornios comenzaron a relatarle historias de Dulcelandia, de la felicidad que encontraban al ayudar a otros, de compartir aventuras y caramelos.
"Quizás..."- murmuró Malfina, sintiéndose curiosa. "Quizás hay algo en eso de los amigos..."-
Sin embargo, no podía dejar que su maldad se disipara tan fácilmente. Así que inventó un hechizo. "Si realmente creen en su dulzura, ¿pueden vivir sin ella?"- desafiaba. Los unicornios sabían que esto era una trampa, pero decidieron intentarlo. Se marcharon, dejando atrás lo que más amaban: los dulces y su reino.
Durante días, los unicornios recorrieron la oscuridad, enfrentando la tristeza y el hambre. Pero, cada vez que uno de ellos se sentía a punto de rendirse, otro lo animaba. "¡No podemos dejar que Malfina nos venza!"- decía Luno, mientras buscaban un escondite para pasar la noche.
Finalmente, se dieron cuenta de algo importante: aunque sin los dulces, su amistad y unión los hacían fuertes. "Nuestro verdadero tesoro es estar juntos"- dijo Estrella. Y así, decidieron regresar a Dulcelandia, pero ahora convencidos de que lo que realmente importaba era la conexión que compartían.
Al volver a la cueva de Malfina, se encontraron con ella nuevamente. "¡No han aprendido nada!"- gritó, pero los unicornios le respondieron con una sonrisa.
"Malfina, no necesitamos magia para ser felices. La alegría está en nuestro corazón, en nuestra amistad"- dijo Dorado. La bruja, sorprendida por la determinación de los unicornios, empezó a cuestionar su odio. En ese instante, algo maravilloso sucedió: su corazón se iluminó por primera vez.
"Tal vez la dulzura no sea solo de caramelos y pasteles"- reflexionó Malfina. Con cada palabra de amor y amistad que los unicornios compartieron, su magia oscura empezaba a disiparse. Al final, la bruja lloró, recordando momentos felices de su infancia.
Y así, en lugar de destruir, Malfina decidió ayudar. Se convirtió en la guardiana de Dulcelandia, transformando su magia en dulces iluminados por el amor.
Desde aquel día, el reino de los unicornios tuvo dos guardianes: la dulzura y el amor. Y, por supuesto, nunca olvidaron aprender a compartir, porque, al final, el poder de la amistad y la unión es lo que de verdad endulza la vida.
FIN.