El Durazno Mágico de Jorge



Había una vez un hombre llamado Jorge que vivía en un pequeño pueblo. Jorge era conocido por sus costumbres curiosas, especialmente por no comer frutas. No le gustaban las manzanas, las peras y mucho menos los duraznos, que ahora que lo pensaba, le parecían un poco extraños. Su esposa, Lidia, era todo lo contrario. Le encantaban las frutas y, aunque Jorge aseguraba que no las necesitaba, Lidia siempre tenía una canasta llena de duraznos frescos en la cocina.

Un día, mientras Lidia estaba en el mercado, Jorge decidió hacer limpieza en la casa. Al abrir un armario, encontró un viejo avión de juguete que había sido suyo de niño. Se puso a juguetear con él, recordando cómo solía volar con su imaginación. Pero de repente, mientras movía el avión, notó algo en la parte trasera de uno de los estantes: una caja dorada y polvorienta.

"¿Qué será esto?" - se preguntó Jorge con curiosidad.

Abrió la caja y encontró un durazno gigante, ¡más grande que su cabeza! No podía creerlo. Tenía un brillo especial y parecía mágico. Justo en ese momento, Lidia volvió de hacer las compras.

"Jorge, ¿qué estás haciendo?" - preguntó Lidia mientras miraba la caja.

"Mirá lo que encontré, un durazno gigante. Nunca lo había visto antes" - respondió Jorge, emocionado.

Lidia sonrió.

"Es precioso. ¿Te gustaría probarlo?" - le preguntó.

"No sé, no soy muy fan de las frutas..." - Jorge titubeó.

Pero Lidia, siempre persuasiva y llena de energía, le dijo:

"Vamos, solo un mordisco. Puede que te sorprenda. Además, es un durazno mágico, ¡puede que te pase algo increíble!"

Jorge, finalmente intrigado, decidió tomar un pequeño mordisco. En cuanto lo hizo, algo extraordinario sucedió. De repente, comenzó a escuchar un zumbido que lo rodeaba y, para su asombro, sus pies se levantaron del suelo. Jorge estaba volando.

"¡Lidia, ¡mira! ¡Estoy volando!" - gritó Jorge mientras giraba en el aire, sosteniendo el durazno.

"¡Eso es increíble, Jorge!" - Lidia lo miró con admiración.

Mientras volaba, Jorge comenzó a ver su casa, su barrio y finalmente el pueblo entero desde arriba. Todo se veía pequeño y hermoso. En ese instante, recordó cómo su infancia había estado llena de sueños y aventuras. De repente, sintió que había perdido algo importante al crecer: la alegría de imaginar y soñar.

Para cuando Jorge aterrizó, su actitud había cambiado. Ya no veía las cosas de la misma manera. Con el durazno aún en mano, le dijo a Lidia:

"Me siento diferente. Este durazno es especial, ya no quiero perder la magia de soñar, y creo que quiero probar más frutas. ¡Vamos a hacer una ensalada de frutas toda la tarde!"

Lidia sonrió como nunca antes.

"¡Eso suena maravilloso, Jorge! Así podremos comer juntos y disfrutar de la magia de cada fruta".

Y así, aquel durazno no solo le dio a Jorge la capacidad de volar, sino que también le mostró la importancia de dejarse llevar, de disfrutar de las cosas simples y de nunca olvidar su niño interior. Desde aquel día, Jorge y Lidia compartieron muchos más momentos juntos, llenos de frutas, risas y sueños.

Al final, comprendió que la vida está llena de magia, y a veces lo único que necesitas es un durazno gigante para recordártelo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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