El eco de María



Había una vez, en un pequeño pueblo mexicano, una joven llamada María. Era tan bella que todos en el pueblo quedaban maravillados por su belleza. Su piel morena brillaba al sol, y su cabello negro como la noche caía en ondas suaves sobre sus hombros.

María no solo era admirada por su apariencia, también tenía un corazón bondadoso y siempre ayudaba a quienes lo necesitaban. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano, escuchó un llanto suave que provenía de un arbusto. Al acercarse, descubrió a un pequeño conejo atrapado.

"¡Oh, pobrecito!" - exclamó María. "No te preocupes, voy a ayudarte."

Con cuidado, liberó al conejo y este, agradecido, le dijo: "¡Gracias, María! Eres muy bondadosa. Si alguna vez necesitas ayuda, solo llámame."

María sonrió y siguió su camino. Sin embargo, esa noche, mientras dormía, escuchó un extraño susurro desde fuera de su ventana. Era la voz del conejo.

"María, María, ven a ayudarme. Hay algo que debes saber."

María se levantó, tomó su capa y salió. "¿Dónde estás?" - preguntó, buscando por el jardín.

De repente, el conejo apareció junto a un grupo de animales del bosque: un zorro, un búho y una tortuga.

"¡María!" - dijo el zorro. "Estamos en problemas. Una extraña sombra ha comenzado a asustar a los animales y a llevarse su alegría."

María frunció el ceño. "¿Qué podemos hacer?"

El búho, sabio como era, respondió: "Debemos encontrar la fuente de esa sombra. Solo juntos podemos restaurar la alegría en el bosque."

"Vamos! No podemos esperar!" - exclamó la tortuga, moviéndose con paso firme.

María, el conejo, el zorro, el búho y la tortuga se adentraron en el bosque. A medida que caminaban, la sombra se hacía más evidente y oscura.

"Allí hay una cueva!" - señaló el búho.

"¡Debemos ser valientes!" - dijo el conejo nerviosamente. "¿Quién se atreverá a entrar?"

María sonrió y tomó la delantera. "Nosotros juntos somos más fuertes. Yo iré primero."

A medida que entraban a la cueva, la sombra se hizo más densa. En un rincón, encontraron a una figura triste que emitía llanto. Era una hermosa mujer con un vestido largo y oscuro.

"¿Por qué lloras?" - preguntó María.

"Soy La Llorona. He perdido a mis hijos y mi tristeza ha creado esta sombra que ahuyenta la alegría del bosque."

María se acercó compasivamente. "Siento mucho tu dolor. Pero quizás, si compartes tu historia, puedas encontrar paz y nosotros la alegría de nuevo."

La Llorona, sorprendida por la amabilidad de María, comenzó a relatar su historia de amor y dolor.

"Mis hijos se han ido, y no sé cómo seguir. La tristeza me ha consumido."

El zorro, con su astucia, sugirió: "¿Y si hacés un recuerdo de ellos, algo que los mantenga vivos en tu corazón?"

La mujer reflexionó. "Tal vez. Siempre guardo sus risas en mi mente, pero nunca he querido dejarlas ir."

María, con su bondad, agregó: "Al recordarles con amor, no los perderás, y quizás tu tristeza se transformará en algo bello."

Con ese consejo, La Llorona empezó a liberar su tristeza, creando recuerdos que llenaron la cueva de luz y color. La sombra se disipó y el bosque volvió a cobrar vida.

"He aprendido que el amor nunca se va, y que siempre que lo necesite, puedo recordar a mis hijos con alegría", dijo La Llorona sonriendo.

Los animales aplaudieron y festejaron mientras el sol salía, y la risa regresaba al bosque gracias a la valentía y la amabilidad de María. Desde ese día, María no solo fue conocida por su belleza, sino también como la joven que ayudó a restaurar la alegría en el bosque.

Y así, la historia de María se volvió leyenda, recordada a través de generaciones como un ejemplo de compasión y valentía. Nunca olvidemos que, a veces, una simple acción de bondad puede cambiar el mundo a nuestro alrededor, y que las sombras solo pueden desaparecer cuando compartimos nuestro amor y alegría con los demás.

FIN.

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