El Elefante y el Castillo de los Deseos



Érase una vez, en un rincón mágico de la selva, un gran elefante llamado Eolo. Eolo era un elefante sabio y bondadoso que pasaba su tiempo ayudando a los animales del bosque. Un día, mientras caminaba por un sendero conocido, escuchó un bullicio extraño que venía del lado del río.

"¿Qué estará sucediendo ahí?" - se preguntó.

Al acercarse, se encontró con un grupo de animales de la selva reunidos alrededor de un pequeño pozo.

"¡Eolo! ¡Eolo!" - gritaba la ardillita Lía, "Este es el Pozo de los Deseos y todos quieren que se cumplan sus sueños, pero no sabemos cómo hacer que funcione".

Eolo miró el pozo con curiosidad. Era un agujero lleno de agua cristalina y brillantes destellos de colores.

"¿Por qué no intentamos lanzar una piedra y pedir un deseo?" - sugirió Eolo.

Los animales emocionados comenzaron a lanzar pequeñas piedras al pozo, pero cada vez que lo hacían, sólo escuchaban un eco vacío.

"Esto no está funcionando" - dijo el perezoso Tomás, "¿Quizás hay que hacer algo más?"

Después de pensarlo un momento, Eolo tuvo una idea brillante.

"¿Y si en lugar de pedir solo por nosotros mismos, pedimos para ayudar a los demás?" - propuso.

Todos los animales se miraron entre ellos, un poco dudosos. Pero al final convinieron que era una idea maravillosa.

Así que todos juntaron sus voces.

"¡Queremos que todos los animales de la selva sean felices y tengan lo que necesitan!" - gritaron al unísono, mientras lanzaban una gran piedra al pozo.

De repente, el pozo comenzó a brillar intensamente, y del agua emergió una nube de colores que danzó por toda la selva. Todos los animales miraban con asombro.

"¡Miren!" - exclamó Lía, "¡Está sucediendo algo mágico!"

La nube se acomodó en el aire y poco a poco fueron apareciendo pequeñas estrellas de colores que llovieron sobre ellos. Las estrellas se posaron sobre cada animal, llenándolos de felicidad y alegría.

"¡Esto es maravilloso!" - gritó Tomás, "¡Gracias, Eolo!"

"No solo yo, sino todos nosotros. Este pozo ha respondido a nuestro deseo de compartir" - respondió Eolo.

Los animales, agradecidos y con el corazón lleno, decidieron hacer una fiesta en honor al pozo. Pero había un pequeño problema…

"No tenemos un lugar para celebrar" - se quejó Lía.

Eolo, que siempre tenía buenas ideas, miró hacia lo alto de la colina y vio un lindo castillo en ruinas.

"¡Podríamos arreglar el castillo y hacer nuestra fiesta allí!" - propuso Eolo.

"Pero, ¡está muy destrozado! No hay manera de que podamos hacer eso" - respondió el perezoso Tomás desanimado.

Pero Eolo, lleno de determinación, llamó a todos.

"Si todos unimos nuestras fuerzas, podremos hacerlo. Cada uno puede aportar lo que tenga para ayudar" - dijo.

Los animales se miraron con esperanza. Así que, todo el mundo se puso a trabajar. La ardilla Lía recogió ramas para hacer decoraciones, el loro pintó coloridos carteles, el gato llevó flores, y Eolo, con su gran fuerza, ayudó a levantar las paredes derrumbadas.

Después de un día de trabajo, el castillo se veía radiante. Todos estaban contentos y llenos de orgullo.

"¡Ahora sí, a celebrar!" - gritó Lía, emocionada.

La fiesta fue un gran éxito. Bailaron, comieron deliciosos frutos, y todos recordaron el poder del deseo compartido. Fue una noche mágica donde la alegría y la gratitud llenaron el aire.

"Nunca imaginé que podríamos lograr tanto juntos" - reflexionó Eolo.

"¡Tienes razón! Cuando ponemos nuestro corazón en ayudar a los demás, podemos construir mundos maravillosos" - respondió la ardillita.

Y así, Eolo el elefante, junto a sus amigos, aprendieron que la verdadera magia no solo está en los deseos, sino en el amor y la cooperación. Desde aquel día, el Pozo de los Deseos se convirtió en un lugar de alegría y amistad en la selva, con todos los animales prometiendo siempre pedir lo mejor para los demás.

Cada año, celebraban una gran fiesta en el castillo, recordando siempre que el verdadero deseo del corazón es compartir y ayudar a quienes nos rodean.

FIN.

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