El Encargado del Supermercado



Había una vez una señora llamada Ana que iba al supermercado todas las semanas. Era un lugar grande y lleno de gente, pero a ella nunca le había importado.

Le gustaba ir temprano en la mañana para poder elegir los mejores productos frescos. Sin embargo, un día todo cambió. Mientras caminaba por los pasillos del supermercado, sintió que su corazón empezó a latir muy rápido y sus manos se pusieron sudorosas.

No entendía qué estaba pasando, pero de repente se dio cuenta de que estaba muy nerviosa. Ana intentó tranquilizarse respirando profundo, pero no podía dejar de sentirse mal.

Empezó a pensar en todas las cosas que tenía que hacer ese día y en cómo no iba a ser capaz de hacer nada si seguía así. De repente, escuchó una voz detrás de ella: "-¿Está bien? ¿Necesita ayuda?" Era el encargado del supermercado, un hombre amable con una sonrisa reconfortante.

"-No estoy segura", respondió Ana con timidez mientras miraba hacia abajo. "Me siento muy nerviosa y no sé por qué". El encargado la llevó a un rincón tranquilo del supermercado donde le ofreció agua y unas galletas para ayudarla a calmarse.

Luego le preguntó acerca de su vida cotidiana y descubrió que Ana estaba pasando por momentos difíciles debido al estrés del trabajo y la familia. "-Entiendo perfectamente lo que está pasando", dijo el encargado con empatía.

"Muchas personas vienen aquí buscando un momento para relajarse durante el día". Ana se sorprendió al escuchar esto. Nunca había pensado en un supermercado como un lugar para relajarse, pero de repente se dio cuenta de que tenía sentido.

El encargado le dijo: "-Mire a su alrededor y trate de encontrar algo que la haga feliz. Puede ser una planta bonita, una caja de chocolates o incluso un juguete para su nieto".

Ana siguió el consejo del encargado y encontró algo que le hizo sonreír: una pequeña planta verde con flores amarillas brillantes. Decidió comprarla y llevarla a casa. Cuando Ana llegó a casa, puso la planta en su ventana y se sintió mejor instantáneamente.

Se dio cuenta de que aunque había estado ocupada todo el día, había encontrado tiempo para hacer algo por sí misma. A partir de ese día, Ana comenzó a buscar momentos durante el día para hacer cosas simples que la hacían feliz.

A veces era leer un libro en el parque o simplemente tomar una taza de té caliente antes de dormir.

Gracias al consejo del encargado del supermercado, Ana aprendió cómo encontrar felicidad en los momentos más inesperados y nunca más volvió a sentirse tan nerviosa como aquel día en el supermercado.

FIN.

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