El Encuentro de los Unicornios
En un bosque encantado, donde los rayos del sol se filtraban entre las hojas de los árboles y el aire olía a flores mágicas, vivían un grupo de unicornios. Cada uno de ellos tenía un color especial: Sofía era de un hermoso rosa, Diego brillaba en azul, Valentina tenía un dorado resplandeciente y Tomás se destacaba con su verde esmeralda. Todos eran amigos, pero sentían que había algo más que podían hacer para alegrar el mundo que los rodeaba.
Una tarde, mientras jugaban al escondite, Sofía dijo:
- ¿No les parece que, aunque somos felices, hay muchos seres que se ven tristes en el bosque? Tal vez deberíamos hacer algo para ayudarlos.
Diego frunció el ceño:
- Pero, ¿qué podríamos hacer? Somos sólo unicornios, ¿acaso tenemos superpoderes?
Valentina, siempre llena de ideas, propuso:
- ¡Podríamos hacer una fiesta! Invitemos a todos los animales del bosque y les regalamos sonrisas y alegría.
Tomás, que siempre pensaba más allá, agregó:
- Sí, pero no se trata solo de la fiesta. Tenemos que llevar felicidad a los que no pueden venir. ¿Cómo lo hacemos?
Los unicornios se miraron unos a otros, intrigados. En ese momento, Valentina tuvo una idea brillante:
- ¡Podemos llevar nuestra magia a ellos! Cada uno puede irradiar amor y felicidad con nuestra energía especial.
Decidieron entonces crear un plan. Para que su idea se hiciera realidad, se reunirían al día siguiente en el claro del bosque. Allí pondrían en práctica su proyecto de alegría.
Al día siguiente, el sol brillaba radiante. Prepararon un gran arco de flores, con pétalos de todos los colores, y empezaron a mirar a su alrededor. Sofía fue la primera en ver a un grupo de conejitos que parecían tristes.
- ¡Miren allá! Vamos a ayudarlos.
Se acercaron a los conejitos y Sofía, con su mágica voz, les dijo:
- ¡Hola, pequeños amigos! ¿Por qué están tan tristes?
Uno de los conejitos, llamado Nito, respondió:
- Nos sentimos solos. No tenemos con quién jugar y todos los días son iguales.
Diego se agachó y sonriendo añadió:
- ¡No se preocupen! Nosotros estamos aquí para hacerlos sonreír. ¿Quieren unirse a nuestra fiesta?
Los conejitos saltaron de alegría. Al ver cómo sus caritas se iluminaban, los unicornios sintieron que su plan funcionaba. Cuanto más energía mágica compartían, más animales se unían a ellos. Pasaron el día invitando a aves, zorros, ciervos y hasta a un viejo búho que parecía cansado de ver siempre lo mismo.
Cuando la fiesta finalmente comenzó, los unicornios desplegaron su magia. Con cada destello de su cuerno, llenaban el bosque de risas y música. Pero, en medio de la algarabía, notaron que faltaba alguien. Tomás, que había estado observando, se dio cuenta y dijo:
- ¡Espera! ¿No hemos visto a los animales del río? Podríamos ir a buscar a los patitos y a las ranas. ¡Seguro que también querrían unirse!
Rápidamente, los unicornios se dirigieron hacia el río. Allí, vieron a los patitos nadando tristes porque no podían salir a jugar. Valentina se acercó a ellos y gritó:
- ¡No temáis! Venimos a invitarles a la mejor fiesta del bosque.
Los patitos miraron con curiosidad y Acuático, el patito más movido, preguntó:
- Pero, ¿podemos salir del agua?
Diego sonrió y dijo:
- ¡Claro que sí! Solo necesitamos un poco de magia. Al tocar el agua, crearemos un puente de flores para que puedan cruzar.
Así lo hicieron y pronto todos los animales, incluidos los patitos, estaban disfrutando de la fiesta. Compartieron juegos, bailes y risas hasta que se hizo de noche. El cielo se llenó de estrellas y todos los unicornios estaban felices de haber podido ayudar a sus amigos.
Al final de la noche, Sofía miró a su alrededor con un gran corazón lleno de alegría.
- Creo que hemos logrado algo hermoso. Hemos hecho un montón de nuevos amigos y hemos compartido felicidad.
Tomás respondió:
- No solo eso, hemos aprendido que juntos podemos lograr cosas sorprendentes. La felicidad se multiplica cuando la compartimos.
Así, los unicornios y los animales del bosque celebraron la amistad y el amor en aquel mágico encuentro. El eco de sus risas se sintió por mucho tiempo en el aire, recordando a todos que la verdadera magia reside en ayudar a los demás y en hacer del mundo un lugar más alegre.
Y así, cada vez que un nuevo problema surgía en el bosque, los unicornios y sus amigos se reunían, compartían sus ideas y magia, creando un ciclo de amor y alegría que nunca tendría fin.
FIN.