El Encuentro en el Bosque
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de bosques y un río cristalino, cuatro amigos inseparables: Rous, Dylan, Gerard y Abisag. Cada tarde, después de terminar las tareas, se reunían en su lugar favorito, un claro del bosque donde los árboles se alzaban altos y fuertes, y el canto de los pájaros llenaba el aire.
"¡Hoy exploraremos más allá del río!" dijo Rous con entusiasmo, mientras jugueteaba con una ramita.
"Sí, he oído que hay una cueva misteriosa que nunca hemos visto" agregó Dylan, haciendo que todos se miraran emocionados.
"¡Es una gran idea!" exclamó Gerard. "Podríamos encontrar tesoros escondidos".
"O quizás un dragón" bromeó Abisag, sacudiendo su cabello al viento.
Así que, con mochilas llenas de bocadillos y un mapa dibujado a mano, comenzaron su aventura. Al llegar a la orilla del río, notaron que las aguas estaban más altas de lo habitual.
"No podemos cruzar así, ¡está muy peligroso!" advirtió Rous, mirando el fuerte caudal.
"Pero no podemos volver ahora, ¡la cueva nos está llamando!" insistió Dylan, emocionado.
Después de un momento de discusión, Abisag sugirió:
"¿Qué tal si construimos una balsa? ¡Podríamos usar ramas y hojas!"
Gerard frunció el ceño.
"No sé si eso funcionará... Lo más seguro sería esperar a que el río baje un poco".
"No, no queremos perder la oportunidad de explorar", dijo Rous, tratando de convencerlo.
Así que, armados de coraje e ingenio, comenzaron a recolectar ramas. Trabajaron juntos, atando las ramas con cuerdas que encontraron en sus mochilas. Después de un rato, lograron construir una pequeña balsa.
"¡Esto va a funcionar!" gritó Dylan, lleno de ilusión.
"Esperemos que no se hunda", respondió Gerard con una risita nerviosa.
Con mucho cuidado, subieron a la balsa y comenzaron a remar. La corriente los llevó un poco más rápido de lo esperado, pero se mantuvieron juntos y dirigieron la embarcación hacia la otra orilla.
Al llegar, todos brincaron de alegría, abrazándose con entusiasmo.
"¡Lo logramos!" gritó Abisag mientras saltaba de felicidad.
"Ahora a buscar la cueva", dijo Dylan, mirando el mapa.
Siguiendo con el recorrido, los niños se adentraron en el bosque aún más. Sin embargo, tras un par de horas caminando, se dieron cuenta de que el sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles.
"Quizás deberíamos regresar ya", sugirió Rous, un poco preocupada.
"No, aún estamos tan cerca", respondió Gerard.
"Pero si seguimos, nos podríamos perder en la oscuridad", insistió Abisag, al ver la sombra alargada de los árboles.
Tras deliberar, decidieron que era mejor buscar la cueva al día siguiente, cuando tuvieran tiempo y luz suficiente. En ese momento, oyeron un ruido tras unos arbustos.
"¿Qué fue eso?" preguntó Dylan, mirando hacia el sonido.
"No sé, pero suena raro", respondió Gerard con voz temblorosa.
"¿Y si es un dragón?" dijo Abisag, poniendo su mano en el pecho.
Todos se miraron nerviosos, pero al acercarse con cautela, descubrieron que se trataba de un ciervo atrapado en unos matorrales.
"¡Pobrecito!" dijo Rous, acercándose lentamente.
"Debemos ayudarlo" sugirió Dylan.
Con mucho cuidado, trabajaron juntos para liberar al ciervo, que lograron ayudar a escapar, y aquellos amigos se sintieron orgullosos de su buena acción.
"Vamos a volver a casa, mañana será un gran día", dijo Gerard mientras comenzaba a caminar de regreso hacia la balsa.
"Sí, y quizás mañana encontremos tesoros o un dragón, ¡pero lo más importante es que ayudamos a un amigo del bosque!" agregó Abisag sonriendo.
De vuelta a casa, los amigos compartieron historias de la aventura mientras el sol se escondía, iluminando el cielo con tonos anaranjados y púrpuras. Aprendieron que siempre es mejor trabajar en equipo y que a veces, el verdadero tesoro no se encuentra en aventuras emocionantes, sino en los momentos compartidos y en ayudar a los demás.
Al día siguiente, volvieron al bosque con una nueva perspectiva, listos para explorar, pero ya no solo en busca de aventuras, sino también para cuidar aquel mágico lugar que tan bien conocían.
FIN.