El Encuentro en el Parque



Era una tarde soleada en el parque. Nicolás, un niño curioso de ocho años, jugaba con su cometa de colores vivos. Mientras corría tras el hilo, la cometa volaba alto en el cielo, y su risa llenaba el aire. De repente, se dio cuenta de que había un abuelito sentado en un banco, observando todo con una sonrisa dulce.

Nicolás, intrigado, se acercó al abuelito.

"Hola, abuelo, ¿te gusta mi cometa?" - preguntó con entusiasmo.

"Es hermosa, querido. Me recuerda a los días en que volaba mis propias cometas" - respondió el anciano, sus ojos brillando de nostalgia.

Nicolás se sentó a su lado, y empezaron a charlar.

"¿Por qué dejaste de volar cometas?" - preguntó Nicolás, curioso.

"No he dejado de volar, solo que ahora vuelo en otros sentidos" - dijo el abuelito, enigmático.

"¿A qué te referís?" - inquirió Nicolás, con una ceja levantada.

El abuelito sonrió de nuevo y comenzó a contarle una historia.

"Cuando era joven, creía que el sentido de la vida era ser exitoso, tener muchas cosas y que la gente me admirara. Pero con el tiempo, aprendí que lo más valioso no son los trofeos ni el dinero, sino las relaciones y los momentos que compartimos con los demás".

Nicolás escuchaba con atención.

"¿Entonces el sentido de la vida es compartir?" - preguntó Nicolás.

"Exactamente, mi pequeño amigo. Cada sonrisa, cada abrazo, cada palabra amable cuenta. Y a veces, simplemente estar presente para alguien más puede ser el mejor regalo" - afirmó el abuelo.

El chico se quedó pensando en lo que decía el viejo sabio.

"Me gustaría hacer algo especial", dijo Nicolás de repente.

"¿Cómo qué?" - preguntó el abuelo, intrigado.

"Voy a hacer varias cometas y dárselas a los otros chicos del parque para que también jueguen y se diviertan. ¡Así compartiré mi alegría!" - exclamó Nicolás, emocionado.

"Esa es una gran idea. Pero recuerda, no solo se trata de dar algo material, también se trata de compartir tu tiempo y escuchar. Hay muchos niños que pueden estar solitos o tristes" - agregó el abuelo.

Nicolás se puso de pie, decidido.

"¡Entonces también voy a hacerlo! A veces las personas solo necesitan un amigo" - dijo, con entusiasmo.

"Eso es correcto, Nicolás. A veces, el sentido de la vida está en esos pequeños detalles que parecen insignificantes" - dijo el abuelo, orgulloso del niño.

El niño volvía a correr con su cometa, pero esta vez no solo pensaba en sí mismo. Miraba a su alrededor, observando a los otros niños que jugaban, algunos solos en sus teléfonos.

Entonces, decidió acercarse a uno de ellos.

"¡Hola! ¿Querés volar la cometa conmigo?" - preguntó con una sonrisa.

El niño, sorprendido al principio, aceptó encantado, y poco a poco se fueron uniendo más chicos. Nicolás los guió a todos con su energía y alegría.

El abuelo, desde su banco, sonrió al ver a Nicolás.

"Así se construyen las verdaderas conexiones. Uno nunca sabe cuán importante puede ser un gesto tan simple" - murmuró para sí mismo.

Cuando el sol comenzó a esconderse y las sombras crecieron en el parque, Nicolás se despidió del abuelo.

"Gracias, abuelo. Hoy aprendí que el sentido de la vida no está en lo que tenemos, sino en lo que compartimos" - dijo Nicolás.

"Y eso es un gran aprendizaje. Recuerda, siempre hay tiempo para crear recuerdos y sembrar alegría en los demás. ¡Hasta pronto, pequeño soñador!" - respondió el abuelo, feliz de haber inspirado al niño.

Y así, Nicolás se fue a casa, su cometa en la mano y su corazón lleno de nuevas ilusiones, listo para hacer del mundo un lugar mejor, un gesto a la vez.

FIN.

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