El Encuentro Mágico



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada María. Tenía diez años y un corazón lleno de sueños. Un día, mientras exploraba el bosque detrás de su casa, escuchó un suave relincho que resonaba entre los árboles.

Intrigada, María decidió seguir el sonido. Caminó entre los troncos y ramas hasta que, de repente, se encontró con un hermoso caballo de pelaje castaño.

- ¡Hola, caballo! - exclamó María, acercándose con cuidado. - ¿Te has perdido?

El caballo, que parecía tan triste, movió la cabeza y la miró con sus grandes ojos brillantes.

- ¿Por qué estás aquí solo?

- Relinchó el caballo, como si quisiera contarle su historia.

María comenzó a acariciarlo suavemente.

- No te preocupes, te ayudaré a volver a casa.

Pero el caballo era un caballo salvaje, y aunque María deseaba llevarlo a casa, sabía que eso no sería fácil. Entonces, decidió hacer un plan.

Esa tarde, después de llevarle un poco de agua y algo de pasto, María pensó en cómo podía encontrar a la familia del caballo. Recordó que su abuelo, que solía contarle historias sobre los vaqueros, le había hablado de una señal.

- ¡Ya sé! - gritó entusiasmada. - Tengo que buscar a alguien que sepa de caballos en el pueblo.

Al día siguiente, María se dirigió a la plaza del pueblo, donde sabía que siempre estaba el señor Pablo, un viejo caballero que había sido vaquero. Cuando lo encontró, le dijo:

- ¡Señor Pablo! ¡Encontré un caballo que parece perdido!

- ¿Cómo sabes que está perdido, María? - preguntó el anciano, sonriendo.

- Tiene un collar sin nombre y se ve triste. ¿Podría ser de alguien?

- Seguramente - dijo Pablo. - Vamos, muéstramelo.

María llevó a Pablo al bosque. Cuando llegaron, el caballo, que había estado pastando, se acercó a ellos con curiosidad.

- ¡Qué hermoso potro! - exclamó Pablo. - Necesitamos buscar algún indicio de su dueño.

María miró al caballo y se le ocurrió una idea brillante.

- ¿Y si hacemos carteles y los colocamos por todo el pueblo?

- Muy buena idea. Nunca dejas de sorprenderme, María - le respondió Pablo.

Juntos, hicieron carteles con la imagen del caballo y su descripción, incluyendo el día en que lo había encontrado. Luego, los llevaron a diferentes lugares del pueblo. El tiempo pasó rápidamente. Cada día, María visitaba al caballo y se aseguraba de que tuviera comida y agua. Se llamaba a sí mismo —"Relincho" , y se hicieron grandes amigos.

Una tarde, cuando María volvió a su casa, escuchó que alguien llamaba su nombre. Era Paula, su mejor amiga.

- ¡María! ¡Escuché que encontraste un caballo!

- ¡Sí, es increíble! - respondió María emocionada.

- ¿Podemos ir a verlo?

- Claro, ¡vení! - dijo María, llevándola al bosque.

Cuando Paula vio al caballo, sus ojos brillaron de emoción.

- Es hermoso. ¿Y cómo se llama?

- Se llama Relincho.

Ambas se sentaron junto a él y jugaron, mientras relinchaba feliz. De repente, escucharon una voz que llamaba desde el sendero.

- ¡Relincho, ven aquí! - gritó un hombre.

María y Paula se miraron sorprendidas.

- ¿Es él?

- Creo que sí - respondió María.

El hombre se acercó y, al ver al caballo, sus ojos se llenaron de lágrimas.

- ¡Relincho! ¡Te estaba buscando!

María, emocionada, se acercó al hombre.

- ¡Disculpe! ¿Es su caballo?

- Sí, es mío - dijo el hombre, sonriendo y acariciando el pelaje de Relincho. - Se escapó un día y lo he buscado por todas partes.

- ¡Me alegra que lo haya encontrado! - exclamó María.

- Gracias a vos, niña. Sin tu ayuda, quizás nunca lo habría encontrado.

Con lágrimas de alegría en los ojos, el hombre le dio a María una pequeña medalla que había llevado de su abuelo.

- Esta es para vos, por ser tan valiente y ayudar a mi amigo.

María sonrió y entendió que su bondad había hecho la diferencia. Desde aquel día, siempre recordaría su encuentro con Relincho y cómo una pequeña acción puede tener un gran impacto. Fue un día lleno de felicidad y amistad, y María aprendió que ayudar a los demás trae recompensas inesperadas.

Y así, María, Relincho y su nuevo amigo, el dueño, se convirtieron en grandes compañeros de aventura y se prometieron siempre cuidar unos de otros.

FIN.

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