El Encuentro Nocturno con la Luna y las Estrellas
Había una vez en un tranquilo barrio de Buenos Aires, una niña llamada Valentina y un niño llamado Mateo, quienes compartían un mismo miedo: la oscuridad.
Cada noche, al apagarse las luces, los dos se abrazaban con temor, deseando que el sol volviera a aparecer. Pero una noche, algo mágico sucedió. Mientras miraban por la ventana, la luna brillaba en lo alto del cielo y las estrellas parpadeaban como pequeñas lucecitas.
"¡Mira, Mateo, la luna y las estrellas son tan bellas!" exclamó Valentina señalando el firmamento. "Sí, pero todo está oscuro" respondió Mateo con voz temblorosa. Sin embargo, algo en la mirada de la luna y las estrellas transmitía calma y ternura. Intrigados, decidieron aventurarse al patio.
Al salir, descubrieron que la oscuridad no era tan aterradora como pensaban. La luna y las estrellas los acogieron con su brillo plateado y susurros de tranquilidad. "¿Pueden hablar?" preguntó Valentina, asombrada. "Claro que sí, pequeña amiga", respondió la luna.
"Nos entristece verlos temerosos de la oscuridad", agregó una estrella mientras brillaba con intensidad. A partir de ese momento, la luna y las estrellas se convirtieron en los amigos inseparables de Valentina y Mateo.
Juntos, exploraron los misterios de la noche: los sonidos suaves de la naturaleza, el aroma fresco del aire nocturno, y las sombras que bailaban en silencio. Descubrieron que la oscuridad no era solo miedo, sino un lienzo que la luna y las estrellas decoraban con su luz.
Con el tiempo, Valentina y Mateo dejaron de temer a la oscuridad y aprendieron a apreciar su belleza.
La luna y las estrellas les enseñaron que en cada sombra se esconden secretos maravillosos y que la noche guarda tesoros que solo pueden descubrir quienes se atreven a mirar con el corazón. De esta manera, Valentina y Mateo se convirtieron en valientes exploradores nocturnos, siempre acompañados por la luna y las estrellas, quienes iluminaban su camino con amor y amistad.
FIN.