El Enigma del Diablo Escondido
En un pequeño pueblo llamado Reque, había un bosque que todos los niños llamaban "el Bosque de los Misterios". Se decía que en lo profundo de sus senderos, el Diablo se escondía, pero no el diablo que todos creían; no era malvado ni aterrador. Era un diablillo juguetón que solo quería divertirse.
Un día, una niña llamada Lila, valiente y curiosa, decidió que ya era hora de descubrir la verdad sobre el famoso diablillo. "¡Vamos al bosque!", exclamó a sus amigos, Pablo y Sofía. Los tres se adentraron en el bosque, dejando atrás los murmullos del pueblo.
Mientras caminaban, Lila miraba a su alrededor, observando todo lo que la rodeaba. "Me pregunto si el diablillo realmente existe", dijo.
"Seguro que no, es solo una leyenda" - contestó Pablo, con una sonrisa burlona.
"¡Vamos a encontrarlo!", retó Sofía, animada a seguir la aventura.
De repente, escucharon un sonido extraño, como si alguien estuviera riendo. Se miraron los tres y decidieron seguir el sonido. Tras unos arbustos, encontraron a un pequeño diablillo rojo con colitas puntiagudas, haciéndole travesuras a una ardilla.
"¡Hola!", exclamó Lila, sorprendida.
El diablillo se dio vuelta, con una expresión traviesa. "¡Hola, humanos! Soy Tico, el diablillo del bosque. ¿Qué los trae por aquí?"
"Vinimos a descubrir si eras real", dijo Sofía, fascinada.
"¡Y lo soy!", respondió Tico mientras hacía una voltereta. "Pero no soy malo, solo me gusta jugar y hacer reír. ¿Quieren unirse a mí?"
Los niños, entusiasmados, dijeron que sí. Tico les mostró juegos maravillosos que nunca habían visto. Saltos en charcos, cien pies que parecían bailar y hasta un escondite en el que tenían que encontrar a un conejo que se escondía tras un árbol.
Mientras jugaban, Lila se dio cuenta de que no había nada de malo en disfrutar y reír. Pero también notó que algo no estaba bien. Tico les contó que los habitantes del pueblo siempre tenían miedo y creían que él era un diablo temible.
"Es triste cuando la gente no me conoce de verdad. Solo quiero jugar y hacer reír", dijo Tico, con un toque de tristeza.
Lila pensó en eso y decidió que debían ayudar a Tico a demostrar su verdadera naturaleza ante el pueblo. "Debemos mostrarles que no hay nada de qué temer!"
"Pero, ¿cómo lo haremos?", preguntó Pablo, preocupado.
"Organizaremos un gran juego en la plaza!", propuso Sofía. "Invitaremos a todos y les mostraremos a Tico."
Los niños le contaron a Tico su plan y, emocionado, le dio su apoyo. Al día siguiente, los tres amigos pintaron carteles y los repartieron por todo el pueblo. "¡Gran juego en la plaza! Vengan a conocer al diablillo Tico!"
La gente del pueblo estaba escéptica, pero una mezcla de curiosidad y miedo los llevó a la plaza. Allí, Lila, Pablo, Sofía y Tico habían preparado una serie de juegos y sorpresas.
Cuando Tico apareció en medio de risas y saltos, la gente se impresionó. "¡No es un diablo asustador!", murmuró una anciana. "Es un niñito juguetón!"
Tico mostró sus juegos una y otra vez, la gente empezó a reír y a participar. Se olvidaron del miedo y comenzaron a disfrutar de su compañía. Lila sonrió al ver cómo la alegría llenaba la plaza.
Al final del día, Tico, agotado pero feliz, se despidió con una gran sonrisa. "Gracias, amigos. ¡Ahora todos saben que no soy un diablo malo!"
"¡Siempre seremos amigos!", exclamaron los niños.
A partir de ese día, Tico fue parte del pueblo de Reque, y los niños aprendieron que no siempre lo que parece es la realidad. A veces, las amistades pueden nacer de los lugares más inesperados. Y así, el Bosque de los Misterios se convirtió en un lugar donde la risa y el juego siempre estaban presentes.
Como Tico siempre decía: "El verdadero poder está en hacer amigos y compartir sonrisas!"
FIN.