El enojo transformado



Había una vez un niño llamado Martín, quien siempre estaba furioso. Cualquier cosa podía hacerlo enojar: desde que su hermana le quitara sus juguetes hasta que su mamá le dijera que era hora de ir a dormir.

Un día, mientras caminaba por el parque con su mamá, Martín tropezó con una piedra y cayó al suelo. Rápidamente se levantó, pero estaba tan enfadado que comenzó a patear la piedra y a gritar sin cesar.

Su mamá intentaba calmarlo, pero parecía imposible. En ese momento, apareció un viejo sabio llamado Don Ernesto. Tenía barba blanca y unos ojos llenos de sabiduría.

Se acercó lentamente a Martín y le dijo:"¿Sabías que tener rabia no resuelve los problemas? Solo te hace sentir peor". Martín lo miró con incredulidad, pero algo en las palabras del sabio hizo eco en su interior. "Pero... ¿qué puedo hacer entonces?", preguntó el niño entre sollozos.

Don Ernesto sonrió amablemente y le explicó:"La próxima vez que te sientas furioso, trata de respirar profundamente antes de reaccionar. Luego cuenta hasta diez para darte tiempo a pensar antes de hablar o actuar".

Martín asintió con la cabeza y decidió poner en práctica el consejo del sabio. Los días pasaron y aunque Martín todavía se sentía enfadado algunas veces, empezaba a notar cambios positivos en sí mismo.

Gracias a la respiración profunda y contar hasta diez antes de actuar, lograba controlar mejor su rabia. Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, Martín vio a un niño pequeño llorando en un rincón. Se acercó a él y le preguntó qué pasaba.

"Perdí mi pelota y no puedo encontrarla", respondió el niño entre sollozos. Martín recordó lo frustrante que era perder algo importante y decidió ayudarlo. Juntos buscaron por todo el parque hasta que finalmente encontraron la pelota escondida detrás de unos arbustos.

El niño estaba tan agradecido que le ofreció compartir su merienda con Martín. Ambos se sentaron en el césped y compartieron una deliciosa merienda mientras reían juntos. Martín se dio cuenta de que cuando ayudaba a los demás y mostraba amabilidad, su furia desaparecía por completo.

A partir de ese día, decidió convertirse en alguien más paciente y comprensivo. Con el tiempo, Martín se convirtió en un ejemplo para sus amigos y compañeros de clase.

Les enseñó cómo controlar la rabia mediante la respiración profunda y contar hasta diez antes de actuar impulsivamente. Juntos aprendieron a resolver conflictos sin enfadarse tanto. Desde aquel día en el parque, Martín supo que la ira no tenía por qué gobernar su vida.

Aprendió que podía elegir ser feliz y ayudar a los demás en lugar de dejarse llevar por la furia. Y así fue como Martín transformó su ira en amor, convirtiéndose en un niño inspirador para todos los que lo rodeaban.

FIN.

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