El equilibrio mágico de Dulcinea



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Alegría, un grupo de habitantes tristes y aburridos. Todos los días se levantaban sin ganas de hacer nada, las calles estaban vacías y no había risas ni juegos.

La tristeza parecía haberse apoderado del lugar. Pero un día, algo mágico sucedió. Un hada llamada Dulcinea llegó volando al pueblo montada en una nube de algodón de azúcar.

Era pequeña y brillante, con alas multicolores y vestida con un hermoso traje hecho de caramelos y chicles. Dulcinea tenía la misión de traer alegría a aquel lugar tan gris. Con su varita mágica, esparció polvo de dulce por todas partes.

Al instante, las flores comenzaron a llenarse de colores vivos y deliciosos olores; los árboles crecieron frutas dulces que caían como regalos del cielo; las casas se cubrieron con azúcar glaseado y se llenaron de risas. Los habitantes no podían creer lo que veían sus ojos.

Salieron corriendo a la calle para disfrutar de aquel maravilloso cambio. Los niños jugaban felices entre algodones dulces que flotaban en el aire mientras los adultos bailaban al ritmo contagioso de la música que resonaba por todo el pueblo.

La vida en Alegría nunca había sido tan divertida y emocionante como desde la llegada del hada Dulcinea. Sin embargo, pronto la gente empezó a darse cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo.

A medida que pasaban los días, el pueblo se volvía cada vez más adicto a los dulces. Los habitantes ya no comían frutas ni verduras, solo querían consumir caramelos y pasteles.

Los niños dejaron de jugar al aire libre y solo querían estar dentro de las tiendas de dulces. La alegría que antes reinaba en el pueblo se convirtió en una obsesión por lo dulce. Dulcinea se dio cuenta del problema que había causado sin quererlo y decidió buscar una solución.

Con su varita mágica, transformó todos los dulces en juguetes coloridos y saludables. Las tiendas de golosinas se convirtieron en parques llenos de toboganes y columpios, donde los niños podían jugar y divertirse al aire libre.

Los adultos también aprendieron la importancia de llevar una vida equilibrada. Comenzaron a cultivar sus propias frutas y verduras en huertos comunitarios. Aprendieron recetas saludables para cocinar con ingredientes naturales y descubrieron lo rico que puede ser comer sano.

Poco a poco, Alegría recuperó su esencia original: un lugar donde la felicidad no depende solo de lo dulce, sino del amor, la amistad y el disfrute de cada momento.

Dulcinea continuó visitando el pueblo regularmente, recordándoles a todos que la verdadera alegría está en encontrar un balance entre las cosas que nos gustan y las que nos hacen bien. Y así fue como aquel pequeño pueblo triste y aburrido encontró la felicidad gracias al hada Dulcinea.

A partir de ese día, Alegría siempre estuvo llena de risas, juegos y momentos dulces, pero también de salud, bienestar y una gran dosis de alegría genuina.

FIN.

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