El equipo de los niños incas


Había una vez en el antiguo Imperio Inca, un grupo de niños apasionados por el fútbol.

Cada tarde, después de cumplir con sus responsabilidades diarias, se reunían en un campo de juego improvisado para practicar y jugar partidos entre ellos. - ¡Vamos chicos, a darlo todo en la cancha hoy! - exclamó Túpac, el capitán del equipo. Él era conocido por su habilidad para driblar a sus rivales y marcar goles espectaculares.

El resto del equipo estaba formado por Pachacuti, un defensor sólido como una fortaleza inca; Huayna Capac, un mediocampista incansable que recuperaba cada balón que se le escapaba; y Cusi Yupanqui, el arquero ágil como una vicuña.

Un día, mientras entrenaban con entusiasmo, vieron a lo lejos a un grupo de niños provenientes de otra aldea retándolos a un partido. No dudaron en aceptar el desafío y se prepararon para enfrentarse al que sería su rival más difícil hasta ahora.

El partido comenzó y ambos equipos demostraron su destreza con el balón. Los rivales eran rápidos y hábiles, pero el once ideal incaico no se quedaba atrás.

Túpac anotó el primer gol con un potente disparo desde fuera del área que dejó boquiabiertos a todos los presentes. - ¡Bien hecho Túpac! ¡Sigue así! - gritaban sus compañeros animándolo. Pero la alegría duró poco tiempo cuando los rivales empataron rápidamente gracias a un error defensivo.

El partido se volvía cada vez más intenso conforme avanzaba el tiempo reglamentario. Faltando pocos minutos para que terminara el encuentro, los rivales tomaron la delantera con otro gol sorpresivo.

Parecía que todo estaba perdido para el once ideal incaico, pero no estaban dispuestos a rendirse tan fácilmente. - ¡Vamos chicos! Aún podemos dar vuelta este partido si trabajamos juntos - arengó Huayna Capac levantando la moral del equipo.

Con renovadas fuerzas y estrategia planificada sobre la marcha por Pachacuti, lograron igualar el marcador gracias a una jugada colectiva imparable que culminó en gol de Cusi Yupanqui tras lanzarse en una atajada milagrosa hacia adelante. El árbitro pitó el final del partido con empate 2-2 en el marcador.

Ambos equipos se miraron con respeto y reconocimiento mutuo por haber dado lo mejor de sí en la cancha ese día.

Al caer la tarde y despedirse sus contrincantes rumbo a su aldea vecina, los niños del once ideal incaico comprendieron la importancia de trabajar en equipo, mantenerse motivados ante las adversidades y nunca rendirse sin importar las circunstancias. Desde entonces, continuaron entrenando juntos con determinación y espíritu deportivo.

Se convirtieron en leyendas locales dentro del Imperio Incaico por su pasión por el fútbol y su ejemplo inspirador para las generaciones futuras.

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