El Equipo Imparable
Era un día soleado en el barrio de Villa Esperanza. Los pájaros cantaban y el sonido del balón se escuchaba rebotando en el suelo. En una pequeña plaza, dos amigos se preparaban para una tarde de fútbol. Uno de ellos era Mateo, un niño lleno de energía y con una gran pasión por el fútbol. El otro, Nicolás, era algo diferente: tenía parálisis cerebral, pero eso no le impedía disfrutar del juego que tanto amaba.
"¡Che, Nicolás! ¡Ya tengo el balón!" - gritó Mateo emocionado.
"¡Ya voy, ya voy! Solo un segundo más…" - respondió Nicolás, mientras ajustaba su silla de ruedas, que estaba decorada con imágenes de sus jugadores favoritos.
Los dos se conocieron hace un par de años en la escuela. Desde ese momento, se volvieron inseparables. Pasaban las tardes juntos, soñando con ser futbolistas profesionales y formando su propio equipo, al que llamaron "Los Valientes".
Un día, mientras jugaban, Mateo tuvo una idea brillante.
"Nicolás, ¿y si organizamos un torneo de fútbol en la plaza?"
"¡Eso sería genial! Pero… ¿crees que la gente aceptará que juguemos juntos?" - preguntó Nicolás, un poco inseguro.
"¡Por supuesto! Solo necesitamos armar un buen equipo. ¡Vamos a buscar más chicos!"
Emocionados, fueron invitando a otros niños del barrio. El equipo comenzó a crecer: Clara, la niña rápida; Pedro, el más fuerte; y Lucho, el mejor en la defensa. Todos querían ser parte de "Los Valientes".
Con el paso de los días, semeajaron esfuerzo y entusiasmo mientras practicaban y perfeccionaban sus jugadas. Mateo encontró una manera creativa de incluir a Nicolás en el juego.
"Vos podés ser nuestro estratega, Nicolás. Te vamos a escuchar y a seguir tus indicaciones. ¡Así serás el capitán!" - dijo con determinación.
Nicolás sonrió, sintiéndose especial y valorado. Con carteles que habían hecho juntos, lograron promover el torneo. El día llegó y la plaza estaba llena de familias, risas y música.
Mientras jugaban, "Los Valientes" sorprendentemente ganaron su primer partido. Cada triunfo parecía fortalecer su amistad. Pero, en la semifinal, llegaron a enfrentarse con el equipo de los favoritos del barrio, "Los Rápidos", conocidos por su impresionante habilidad.
"Mateo, ellos son muy buenos… No sé si podremos ganar" - dijo Nicolás, un poco nervioso.
"No importa, el verdadero triunfo es jugar juntos. Al final, lo más importante es divertirnos, ¿no?"
El juego comenzó y, contra todo pronóstico, el equipo de "Los Valientes" dio una gran sorpresa. Nicolás dio instrucciones desde su silla, señalando jugadas clave. A pesar de los nervios, Mateo hizo un gol brillante, y luego Clara, Pedro y Lucho también se sumaron a la fiesta. La gente los animaba a gritos.
Sin embargo, a pocos minutos del final, "Los Rápidos" empataron el partido. Todos estaban tensos, pero en vez de desanimarse, "Los Valientes" se abrazaron y se prepararon para la última ofensiva. Con el aliento de Nicolás, lograron conectar un pase inesperado y ¡Mateo pateó el balón con todas sus fuerzas! El balón fue directo al arco y… ¡gol!
La emoción fue indescriptible. Todo el barrio estalló en celebración. Con sus brazos levantados, Nicolás se sintió el capitán más orgulloso del mundo.
"¡Lo hicimos, Mateo! ¡Fuimos campeones!"
"¡Y todo gracias a vos! Eres el mejor estratega que existe" - respondió Mateo.
Al final del torneo, más allá de la victoria, habían demostrado que la amistad y la inclusión eran lo más importante. La semana siguiente, todos los niños se reunieron nuevamente para jugar, sin importar las diferencias. Nicolás había inspirado a muchos a jugar y a creer en la posibilidad de un equipo donde todos fueran importantes.
Desde aquel día, el fútbol siempre fue más que un juego para ellos. Ya no importaba ganar o perder, sino disfrutar y divertirse juntos.
Y así, en la pequeña plaza de Villa Esperanza, los corazones de los niños brillaban como el sol, mientras practicaban con una sonrisa, sabiendo que siempre serían el mejor equipo.
FIN.