El equipo soñador


Había una vez un grupo de amigos que amaban jugar al fútbol. Se reunían todos los días en el parque para practicar sus habilidades y soñar con algún día ser jugadores profesionales.

Un día, mientras jugaban, se les acercó un hombre alto y elegante. Era el entrenador del equipo nacional de fútbol argentino y estaba buscando nuevos talentos para representar a su país en el próximo mundial.

Los amigos no podían creerlo, ¡era la oportunidad que habían estado esperando! Pero pronto descubrieron que sólo podía llevar a cinco jugadores al torneo y eran seis amigos en total. "¿Cómo vamos a decidir quién se queda afuera?", preguntó Martín preocupado.

"Podemos hacer una competencia para ver quiénes son los mejores", sugirió Juan. "Mejor aún", dijo Pedro, "podemos formar dos equipos y jugar uno contra otro". Así fue como dividieron al grupo en dos equipos: los rojos y los azules.

El juego fue intenso pero justo, cada uno daba lo mejor de sí mismo por su equipo. Al final del partido, el resultado era empate. "¡No podemos dejarlo así!", exclamó Tomás. "Tienes razón", respondió Sofía. "Necesitamos desempatar".

Entonces tuvieron una idea brillante: invitaron a otros equipos del barrio para formar un torneo. De esta manera podrían demostrar sus habilidades frente a todos y además tendrían más oportunidades de ser vistos por otros entrenadores.

El torneo fue todo un éxito, hubo muchos goles espectaculares y emocionantes partidos hasta llegar a la gran final. Los rojos y los azules se enfrentaron una vez más, pero esta vez fue diferente.

"Chicos, no importa quién gane o pierda", dijo el entrenador del equipo nacional que había venido a verlos jugar. "Todos ustedes son excelentes jugadores y merecen ser parte de mi equipo". Los amigos se abrazaron emocionados, habían logrado su sueño gracias a su trabajo en equipo y perseverancia.

Ahora representarían a su país en el mundial y demostrarían al mundo lo que eran capaces de hacer. Y así, los seis amigos subieron al escenario del mundial con la pelota en sus pies y la pasión en sus corazones.

Jugaron con todo lo que tenían y aunque no ganaron el torneo, dejaron una huella imborrable en cada uno de los espectadores que vieron su juego. Porque para ellos, lo importante no era ganar sino disfrutar del deporte que amaban tanto y compartirlo con otros.

Y eso es lo que realmente hace grande al fútbol: la camaradería, la pasión y sobre todo, la unión entre amigos.

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