El Erizo, el Escorpión y la Estrella E



En un hermoso bosque lleno de colores y aromas mágicos, vivía un erizo llamado Enrique. Enrique era muy tímido y siempre se ocultaba entre las hojas. Su mejor amiga, Estela, una brillante estrella que reinaba en el cielo nocturno, lo animaba a salir y disfrutar del mundo.

"Enrique, ¡deberías salir y jugar! El mundo es tan bonito", le decía Estela.

"Sí, pero soy muy pequeño y tengo muchas púas. La gente no me quiere cerca", respondía Enrique con tristeza.

Un día, mientras Enrique seguía oculto, apareció un escorpión curioso llamado Simón. Simón era un escorpión aventurero que siempre estaba buscando nuevas experiencias.

"Hola, ¿por qué estás tan escondido?", preguntó Simón.

"Porque nadie quiere jugar conmigo. Solo ven lo que tengo en mi espalda", dijo Enrique, mirando sus púas con desánimo.

Simón reflexionó por un momento y decidió que podía ayudar a su nuevo amigo.

"No te preocupes. Siempre podemos encontrar una manera de divertirnos juntos. ¿Te gustaría acompañarme a la colina más alta del bosque? Hay una vista increíble", propuso Simón.

Enrique dudó, pero algo en la voz de Simón lo animó.

"Está bien, voy contigo", contestó con un poco más de confianza.

Mientras caminaban, Simón le contaba historias de sus aventuras y cómo había aprendido a ser valiente. De repente, llegaron a un claro donde había un grupo de animales jugando. Simón dijo:

"Mirá, esos son tus futuros amigos. Vamos a unirnos a ellos."

Pero Enrique, sintiéndose inseguro, dijo:

"No, no, no. Ellos no me van a aceptar. Soy sólo un erizo con púas."

"Dame una oportunidad. ¡Vamos!", insistió Simón.

Entonces, Simón se acercó al grupo y les presentó a Enrique.

"¡Hola a todos! Quiero presentarles a mi amigo Enrique, el erizo. Es súper divertido y tiene muchas historias que contar!"

Los animales se miraron entre sí, intrigados, e invitaron a Enrique a jugar. Al principio, Enrique estaba nervioso, pero a medida que comenzó a interaccionar, se dio cuenta de que a los demás no les importaban sus púas.

"¡Mirá cómo salta siendo tan pequeño!" exclamó uno de los conejos.

Enrique se comenzó a sentir cómodo.

"¡Soy el rey de los saltos!", se animó a gritar, mientras saltaba de alegría.

De repente, un pájaro voló sobre ellos y comenzó a reírse del erizo.

"¿Qué hace un erizo aquí? ¡No puede volar!"

Enrique, en lugar de sentirse triste, miró a Simón y le dijo:

"No necesito volar para ser feliz, ¡tengo amigos que me quieren!"

Simón sonrió, y juntos animaron a Enrique a seguir jugando, ignorando al pájaro burlón.

Mientras el sol comenzaba a bajar, Estela la estrella, que había estado observando desde el cielo, decidió que era hora de unirse a la fiesta. Con su luminosidad, iluminó el claro.

"¡Hola, amigos! ¡Qué alegría verlos juntos! Enrique, hoy has sido valiente, ¿no es así?"

"Sí, Estela, he aprendido que ser diferente es especial y que todos podemos ser amigos", respondió Enrique contento.

El pájaro, al notar la felicidad del grupo y la brillantez de Estela, se sintió avergonzado y se acercó.

"Perdón, erizo. No quise hacerte sentir mal. A veces no sé cómo jugar. ¿Puedo unirme?"

Enrique miró al pájaro y, con su nuevo espíritu, sonrió.

"Claro! Aquí hay lugar para todos. Ven a jugar. ¡Todos somos especiales a nuestra manera!"

Así, el escorpión, el erizo, la estrella y todos los demás animales comenzaron a jugar juntos, aprendiendo a celebrar sus diferencias y a conocer el valor de la amistad. Enrique dejó de ser tímido y se convirtió en un líder entre sus amigos. Y Estela, desde su lugar en el cielo, brillaba aún más, orgullosa de su amigo erizo que había aprendido a abrazar su singularidad.

Y así, en aquel bosque mágico, todos aprendieron que la verdadera amistad no se mide por las apariencias, sino por el amor y la aceptación que compartimos con los demás.

FIN.

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