El Erizo Único de la Selva
En una hermosa selva llena de colores vividos y sonidos alegres, vivía un pequeño erizo llamado Eugenio. A diferencia de los otros erizos, que eran juguetones y siempre estaban dispuestos a correr y jugar, Eugenio prefería observar el mundo a su manera. A él le encantaba coleccionar hojas y piedras de distintos colores y formas, pero tristemente, los otros animales no entendían su forma de ser.
Cada día, los demás erizos lo miraban con extrañeza. Mientras ellos jugaban a esconderse entre los arbustos y a rodar por el barro, Eugenio estaba en su rincón, buscando una hoja en forma de corazón o una piedra brillante.
- “¿Por qué no juegas con nosotros, Eugenio? ” - le preguntó Carla, la eriza más rápida del grupo.
- “Porque me gusta mirar y encontrar cosas especiales. Para mí, eso también es divertido”, respondió Eugenio, sonriendo tímidamente.
La mayoría de los erizos no comprendían su respuesta y lo dejaban solo.
Eugenio se sintió triste, pero no se dio por vencido. Decidió que, aunque a los demás no les interesara, seguiría coleccionando sus tesoros. Un día, mientras buscaba, encontró algo realmente sorprendente: una hoja gigante que brillaba con los rayos del sol.
- “¡Wow! ¡Esto es increíble! ” - exclamó Eugenio, corriendo hacia el grupo con su hallazgo.
Al llegar, vio que los otros erizos estaban tratando de jugar a la pelota.
- “Miren lo que encontré, es única y brillante. ¿No les gustaría jugar con ella? ” - preguntó Eugenio.
- “Esto no es un juego, Eugenio. Vamos a jugar a lo que sabemos” - dijo Miguel, uno de los erizos, mientras le daba la espalda.
Eugenio sintió que sus esperanzas se desvanecían. Al volver a su rincón, una mariposa de colores brillantes se posó a su lado. Era Margarita, una mariposa muy sabia, que había estado observando a Eugenio.
- “¿Por qué tan triste, pequeño erizo? ” - preguntó Margarita.
- “Porque no puedo jugar como los demás. Siempre estoy solo y no les gusta lo que a mí.”
- “Pero eres especial, Eugenio. Tu forma de ver el mundo es única. Tal vez puedas mostrarles lo maravilloso que hay en lo diferente.”
Motivado por las palabras de Margarita, Eugenio tuvo una idea. Al día siguiente, organizó una búsqueda del tesoro.
- “¡Hola, amigos! Los invito a una búsqueda del tesoro. Tendrán que encontrar cosas que yo he coleccionado. ¡Habrán sorpresas! ” - gritó Eugenio con entusiasmo.
Los demás erizos se miraron entre sí, intrigados.
- “Vamos a ver qué tiene. Puede ser divertido”, dijo Carla.
Así, los erizos se unieron a Eugenio y comenzaron a buscar por la selva. Cada vez que encontraban un objeto, Eugenio les contaba una historia detrás de esa hoja, o la forma en que había encontrado esa piedra.
- “Esa hoja es de la planta más rara del bosque, solo se encuentra en lugares muy especiales” - contaba Eugenio mientras los otros lo escuchaban con atención.
Para su sorpresa, los erizos comenzaron a disfrutar de la actividad. Rieron y saltaron en busca de cada nuevo objeto, mientras Eugenio les mostraba sus tesoros.
- “¡Esto es genial! Nunca pensé que encontrar cosas pudiera ser tan divertido”, dijo Miguel, visiblemente emocionado.
- “¡Gracias por compartirlo con nosotros, Eugenio! Eres más divertido de lo que creía” - añadió Carla, sonriendo sinceramente.
Desde ese día, Eugenio ya no se sintió solo. Los otros erizos comenzaron a comprender que todos eran diferentes pero que eso los hacía especiales.
Ahora, ya no solo veía el mundo siendo un observador, sino que también lo compartía. Ya no era el erizo solitario, sino el erizo único, con un mundo de tesoros que mostrar, y amigos dispuestos a jugar junto a él.
Y así, el pequeño Eugenio se dio cuenta de que su forma de ser, aunque distinta, era una fuerza muy especial que le ayudó a encontrar un lugar entre los demás. La selva fue un poco más brillante y colorida, gracias a un erizo que decidió ser auténtico.
Desde aquel momento, en la selva, la palabra —"diferente" ya no era sinónimo de soledad, sino una invitación a descubrir nuevos mundos llenos de color y creatividad.
FIN.