El Erizo y la Dulce Ardilla



Había una vez en el bosque una dulce ardilla llamada Ana, quien siempre saltaba de rama en rama recolectando nueces y cantando alegres canciones.

A pocos metros de donde vivía Ana, se encontraba Martín, un erizo con sus afiladas púas y su mirada algo triste. Martín veía a Ana de lejos y suspiraba, porque creía que con todas sus puas no podía acercarse a ella para ser amigos.

Un día, Martín se propuso acercarse a Ana y le dijo: "Hola, Ana. ¿Podríamos ser amigos a pesar de que tengo estas púas que podrían lastimarte?" Ana, con una sonrisa, respondió: "Claro, Martín. Tus púas no importan, sé que detrás de ellas hay un corazón dulce y amigable."

Martín se sorprendió al escuchar las palabras de Ana y empezó a pasar más tiempo con ella. Poco a poco, Martín se dio cuenta de que las púas no eran un impedimento para ser amigos de Ana, e incluso comenzó a sentir algo más.

Un día, Martín le confesó a Ana sus temores: "Temo lastimarte con mis púas si intento abrazarte o jugar juntos." Ana le respondió con cariño: "No te preocupes, Martín.

Las púas son parte de ti, y aunque a veces podrían lastimar, el cariño y la amistad son más fuertes que cualquier púa." Comprendiendo el amor y la amistad de Ana, Martín se sintió feliz y compartió con ella bellísimos momentos. Juntos, descubrieron que el cariño puede superar cualquier obstáculo.

Y desde ese día, Martín y Ana demostraron que la verdadera amistad y el amor no conocen barreras, ni siquiera las púas de un erizo. Y vivieron felices, saltando entre las ramas del bosque, recolectando nueces y cantando alegres canciones.

FIN.

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