El ermitaño, el perro y el gato


Había una vez en un bosque encantado, un hermitaño llamado Don Fermín. Vivía solo en una pequeña cabaña y apenas hablaba con nadie.

Pasaba sus días leyendo libros y cuidando su huerto, pero siempre se sentía triste y solitario. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró a un perro callejero flaco y tembloroso. El hermitaño sintió compasión por él y decidió llevarlo a su cabaña.

Le puso por nombre —"Pulga"  porque era muy inquieta y juguetona. "¡Hola Pulga! ¿Quieres quedarte conmigo?" -le preguntó Don Fermín mientras le acariciaba la cabeza. Pulga movió la cola emocionada y desde ese momento, se convirtieron en inseparables compañeros.

Pulga seguía a Don Fermín a todas partes, lo acompañaba en sus tareas diarias e incluso dormía a los pies de su cama. Unos días después, algo extraordinario sucedió. Mientras Pulga jugaba en el jardín, apareció un gato blanco con manchas grises que parecía perdido.

"¡Miau! ¿Me das algo de comer?", maulló el gato mirando fijamente a Don Fermín con sus ojos brillantes. El hermitaño no pudo resistirse al encanto del minino y le dio un poco de pescado que había guardado para la cena.

El gato devoró el alimento rápidamente y ronroneó felizmente. "Creo que te llamaré —"Luna"  por tus ojos brillantes como la luna", dijo Don Fermín acariciando al nuevo amigo animal.

Desde ese día, Luna se sumó a la peculiar familia formada por el hermitaño, Pulga y él mismo. Los tres compartían momentos felices juntos: Luna cazaba ratones en el jardín, Pulga correteaba detrás de mariposas y Don Fermín les leía cuentos junto al fuego por las noches.

Con el paso del tiempo, Don Fermín cambió mucho gracias a la compañía amorosa de Pulga y Luna. Se volvió más sociable, sonreía con frecuencia y hasta organizaba pequeñas fiestas en su cabaña para los animales del bosque.

Un día de primavera, cuando los árboles estaban llenos de flores coloridas, llegaron visitas inesperadas: otros animales del bosque querían conocer al hermitaño que había transformado su soledad en alegría gracias a dos simples criaturas peludas.

Los días pasaron entre risas, juegos y nuevas amistades para Don Fermín; ahora rodeado de cariño animal que había llenado su corazón vacío como nunca antes lo hubiera imaginado.

Y así fue como aquel viejo ermitaño descubrió que el verdadero tesoro estaba en compartir amor con quienes menos lo esperamos. Una historia mágica donde la soledad se desvanece ante la amistad sincera e incondicional de nuestros amigos animals. Moraleja: A veces son los seres más pequeños quienes nos enseñan las lecciones más grandes sobre amor y felicidad.

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