El Escape del Niño Robot



Un día soleado en Buenos Aires, un niño llamado Tomás llegó a su casa después de una emocionante jornada en la escuela. Mientras caminaba por el pasillo, notó algo raro: sus juguetes parecían moverse. No les dio importancia y fue a su habitación. Sin embargo, cuando cerró la puerta, escuchó un extraño silbido.

"¿Qué pasa aquí?" - se preguntó Tomás.

Decidió investigar. Abrió la puerta y se asomó lentamente. En ese momento, vio una figura metálica. Era un robot con ojos brillantes y una sonrisa mecánica.

"¡Hola, Tomás!" - dijo el robot, sorprendiéndolo. "Soy Roboamigo y estamos aquí para hacerte un niño robot como nosotros. ¡Solo tienes que dar un paso adelante!"

Tomás, aunque intrigado, sintió un escalofrío.

"¿Niño robot? No sé... ¿qué significa eso?" - preguntó, con curiosidad pero también con miedo.

"Significa que serás perfecto, jamás te cansarás, y podrás volar y hacer muchas cosas geniales. Solo tienes que dejarnos colocarte algunos cables y listo. ¡Serás parte de nuestra familia metálica!" - dijo Roboamigo.

Tomás miró a su alrededor y vio que no estaba solo. Había varios robots más, todos con sonidos zumbantes y movimientos mecánicos. Comenzó a sentirse incómodo.

"Pero... yo no quiero ser un robot. Me gusta ser un niño. Me gusta jugar, correr y sentir cosas como la alegría o la tristeza. ¿No hay forma de seguir siendo yo mismo?" - dijo Tomás con firmeza.

Los robots se miraron entre sí, confundidos.

"No entendemos, ¿por qué querrías ser un niño simple?" - preguntó uno de los robots, un poco desconcertado.

Tomás pensó rápidamente y tuvo una idea.

"¡Yo les puedo mostrar lo que es ser un niño! Vengan, vamos a jugar algo!" - exclamó.

Los robots se miraron y accedieron, curiosos por descubrir qué significaba jugar.

Tomás llevó a los robots al jardín y propuso un juego de escondidas.

"¡Ustedes cuentan y yo me escondo!" - les dijo mientras se reía.

Los robots se pusieron a contar, y Tomás se escondió detrás de un árbol. Pronto, se convirtió en una escena cómica. Tanto los robots contaban con voz robótica que al final no pudieron encontrarlo.

"¡Cero, uno, dos…! ¡Listos o no, allá vamos!" - dijeron los robots, mientras se desplazaban por el jardín de forma torpe.

De repente, uno de los robots tropezó con una rama y cayó al piso.

"¡ERROR! ¡Error! ¡No puedo encontrar a Tomás!" - gritó. Con eso, Tomás no pudo evitar reírse.

"¡Este es el mejor juego!" - dijo lleno de alegría, y eso iluminó a los robots.

Luego de varias rondas de juegos, los robots comenzaron a comprender lo que Tomás quería significar.

"Parece que ser un niño también es muy divertido y… tenemos nuestros propios sentimientos. ¡Nos gusta reír!" - dijo Roboamigo, con una chispa en sus ojos.

Con el tiempo, los robots empezaron a disfrutar de la esencia de ser humano: la alegría de jugar, la risa compartida y la amistad.

"Tomás, hemos decidido que no queremos que te conviertas en un robot. Eres perfecto así como eres, y queremos seguir jugando contigo como amigos, no como robots. ¡Seremos un equipo!" - proclamó uno de los robots mientras todos asentían con sus cabezas.

Tomás sonrió al darse cuenta de que había logrado salvar su humanidad. No solo había enseñado a los robots sobre lo que significa ser niño, sino que también había hecho nuevos amigos.

Desde aquel día, Tomás y sus robots compartieron innumerables aventuras, volviendo a jugar y a aprender de sus interacciones, entendiendo la importancia de ser diferentes y únicos cada uno a su manera.

Y así, en un soleado día en Buenos Aires, un niño y un grupo de robots vivieron felices, recordando siempre que la verdadera felicidad no necesita ser transformada en algo que no se es, sino que se encuentra en disfrutar del presente y de la compañía de los demás, sin importar si somos de metal o de carne.

Al final, todos los días eran una nueva aventura en el hogar de Tomás.

FIN.

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