El Escondite de la Imaginación



En un soleado día en el barrio, Sofía, una niña de seis años con una melena rizada y una gran sonrisa, salió corriendo al parque. Había conseguido reunir a sus amigos: Lucas, Ana y Tomás. El parque estaba lleno de risas y juegos, pero Sofía tenía una idea distinta en mente.

"¡Chicos! ¿Quieren jugar al escondite?" - propuso emocionada.

"¡Sí!", respondieron todos a coro. Pero cuando se dieron cuenta, un dilema se presentó. Sofía sabía que para jugar al escondite necesitaban contar, y ella no sabía cómo hacerlo muy bien. Se sentó en el césped, un poco apenada.

"¿Qué pasa, Sofía?" - preguntó Ana, observando la preocupación en su rostro.

"No puedo contar hasta diez. Nunca puedo recordar cómo se hace" - admitió Sofía con tristeza.

"No te preocupes, ¡podemos enseñarte!" - dijo Lucas con una sonrisa alentadora.

Los amigos se reunieron alrededor de Sofía. Lucas decidió enseñarle una canción que incorporaba los números, así que comenzaron a cantar juntos:

"Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez... ¡repitámoslo!"

Sofía se llenó de alegría mientras los versos de la canción empezaron a hacer eco en su mente. Pero, de repente, un pequeño perro apareció corriendo. Era un cachorro alegre, de pelaje marrón y con una cola que no paraba de moverse.

"¡Miren! Un perrito!" - gritó Tomás mientras todos se distraían. El perrito se acercó a ellos, ladrando y moviendo la cola, como si quisiera unirse a su juego.

Sofía, emocionada, se levantó: "- ¡Vamos a pedirle que se esconda con nosotros!"

Pero el perrito, que nunca había jugado al escondite, no sabía qué hacer. Se quedó parado, mirando a Sofía con curiosidad. En ese momento, Sofía tuvo una idea brillante.

"¡Chicos! Si el perrito no sabe jugar, ¿podemos hacer que todos ayudemos a contar?"

Así que decidieron que cada uno de ellos contaría una parte. Sofía comenzó:

"Uno..."

Lucas continuó:

"Dos..."

Ana siguió:

"Tres..."

Y así sucesivamente. Cuando llegaron a diez, Sofía gritó:

"¡Listos o no, allá voy!" Ésta era la parte más emocionante. Miró a su alrededor, mientras sus amigos se escondían detrás de los árboles, bancos y hasta debajo de un arbusto. El perrito, emocionado, se unió a ella en la búsqueda.

Sofía se acercó al arbusto, y de repente, el perrito empezó a ladrar.

"¡Ahí están!" - exclamó Sofía, corriendo hacia donde ladraba el perrito. Sus amigos comenzaron a reírse por la sorpresa.

"¡Siempre podemos contar con el perrito!" - dijo Ana, riendo.

El juego se volvió aún más divertido con la curiosidad del cachorro. Cada vez que Sofía encontraba a un amigo, el perrito saltaba con alegría, como si fuese parte del juego.

Después de varias rondas, Sofía se sintió cada vez más segura, y cuando llegó el momento de contar otra vez, dijo:

"Uno, dos, tres..." Sin problemas, continuó hasta diez. Aquella canción que había aprendido había hecho que recordar los números fuese algo divertido.

Al final del día, Sofía miró a sus amigos y al perrito, y se dio cuenta de que no solo había aprendido a contar, sino que también había entendido que lo importante no era ganar, sino divertirse juntos.

"¡Gracias, chicos! ¡Hoy fue el mejor día!"

"¡Sofía, sos una excelente contadora!" - dijo Tomás sonriendo.

Y así, juntos, continuaron jugando, riendo y disfrutando del tiempo que pasaban. Sofía había aprendido que no necesitaba ser perfecta para disfrutar de un juego. Lo importante era tener amigos que la apoyaran y divertirnos en el camino.

Con el perrito corriendo a su alrededor, Sofía supo que la próxima vez que quisieran jugar al escondite, podría contar sin problemas. ¡Y siempre tendría a sus amigos y al perrito a su lado para acompañarla!

FIN.

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