El escondite de los primos argentinos
Había una vez en un barrio muy colorido de Buenos Aires, Argentina, cinco primos llamados Valentina, Martina, Bruno, Nacho y Bauti. Todos los días después de la escuela se reunían en el parque para jugar juntos.
Un día soleado, los primos decidieron jugar a la escondida. Valentina era muy astuta y siempre encontraba a los demás enseguida. Martina era rápida como el viento y se escondía en lugares ingeniosos.
Bruno le encantaba hacer trampas para despistar a los demás. Nacho siempre estaba riendo y jugando con todos. Y Bauti, el más chico, ponía toda su energía en correr y esconderse lo mejor que podía.
- ¡Uno, dos y tres! ¡Ya voy! -gritó Valentina mientras tapaba sus ojos con las manos y comenzaba a buscar a sus primos.
Martina se escondió detrás de unos arbustos, Bruno subió a un árbol para tener una vista panorámica del parque, Nacho se metió debajo de un banco y Bauti se escondió detrás de una fuente. Valentina encontró primero a Martina detrás de los arbustos. Luego descubrió a Nacho riendo bajo el banco donde estaba escondido. Pero no lograba encontrar ni a Bruno ni a Bauti.
- ¡No vale hacer trampa! ¿Dónde están? -exclamó Valentina frustrada. - Yo estoy aquí arriba en el árbol -dijo Bruno bajando lentamente con una sonrisa pícara. - ¡Y yo acá atrás! -gritó Bauti saliendo de su escondite detrás de la fuente.
Al finalizar el juego, todos estaban felices por haber pasado una tarde divertida juntos. Sin embargo, cuando llegaron al hogar de los primos para merendar empezaron las discusiones sobre quién había ganado realmente el juego.
- ¡Yo te encontré primero a vos! -decía Valentina señalando a Martina. - No es cierto; fui yo quien me dejé encontrar primero -contestó Martina cruzándose de brazos. - Pero si yo me escondí mejor que nadie -intervino Bruno orgulloso.
Nacho solo reía mirando la escena mientras Bauti intentaba explicarles que lo importante no era ganar sino disfrutar juntos del juego. De repente, sonó el timbre: era la abuela Rosa con una bandeja llena de medialunas recién horneadas.
- ¡A merendar todo el mundo! -anunció la abuela Rosa con alegría. Los primos se sentaron alrededor de la mesa y comenzaron a disfrutar las ricas medialunas mientras compartían anécdotas divertidas del día.
- Abuela Rosa tiene razón; lo importante no es ganar sino pasar tiempo juntos como familia -dijo Valentina reflexionando sobre lo ocurrido.
Desde ese día, los primos aprendieron que las peleas eran normales pero que lo más importante era valorar su amor familiar por encima de todo.
Jugaron muchas veces más juntos sin importar quién ganara o perdiera porque sabían que al final del día lo único que importaba era estar unidos como verdaderos amigos y familiares para siempre.
FIN.