El Escudo de Valentina



Había una vez en un pequeño pueblo argentino, una nena llamada Valentina. Con su pelo rizado y grandes ojos curiosos, siempre estaba dispuesta a descubrir el mundo que la rodeaba. Sin embargo, su hogar era un lugar complicado. Su papá, aunque a veces era cariñoso, podía convertirse en una tormenta de palabras que asustaban a su mamá y su hermanito, Juanito.

Un día, mientras jugaba en su habitación, Valentina decidió que necesitaba hacer algo para proteger a su mamá y a Juanito. Con un lápiz y un cuaderno, comenzó a dibujar lo que llamaba su —"escudo" . "Este escudo va a proteger a mi familia del enojo de papá", pensó, mientras mezclaba colores brillantes para hacer algo especial.

Con cada dibujo, Valentina sentía que su escudo se hacía más fuerte. Dibujo tras dibujo, llenó su cuaderno de imágenes de corazones, estrellas, y nubes sonrientes. Cada vez que su papá se enojaba, Valentina imaginaba cómo su escudo podía envolver a su mamá y a Juanito, manteniéndolos a salvo.

Una tarde, mientras Valentina y Juanito jugaban en el jardín, su papá llegó a casa enfadado. Valentina sintió que su corazón se encogía. Pero recordó su escudo. Con una profunda respiración, se acercó a su madre y le dijo: "Mamá, tengo un plan. Vamos a poner en práctica mi escudo". Su mamá la miró, sin comprender. "¿Qué escudo, Valentina?" -preguntó.

"El que dibujé. Vamos a recordar lo bueno, a hablar de las cosas que nos hacen felices, y a ignorar las palabras feas".

Su mamá asintió y repitió las palabras de Valentina, y juntas comenzaron a contar historias divertidas de su infancia. Valentina miró a Juanito y sonrió. "Hoy somos guerreros, Juanito. Nuestra armadura nos protegerá".

Mientras su padre alzaba la voz, Valentina y su mamá mantenían la calma. "Te queremos, papá, pero no siempre podemos entender lo que sientes. A veces, es mejor hablar de otras cosas que hacer daño". Valentina sentía que su escudo estaba funcionando como nunca antes.

El tiempo pasó y Valentina notó que su escudo emocional no sólo protegía a su familia, sino que también la ayudaba a ella a ser más fuerte. Aprendió que hablar de sus sentimientos era como añadir más capas a su armadura, haciéndola más resistente.

Una tarde, Valentina se encontró con su maestro, el señor Martínez, quien le preguntó por sus dibujos. "¿Por qué dibujás corazones y estrellas, Valentina?".

"Son partes de mi escudo que me protegen y me hacen feliz".

El maestro sonrió y le dijo: "Eso suena increíble, Valentina. ¿Te gustaría enseñar a tus compañeros a hacer sus propios escudos?".

La idea la emocionó. Así, Valentina organizó un taller en la escuela donde todos los niños aprendieron a crear su escudo emocional, usando dibujos, palabras y hasta canciones. "¡Esto es genial!" -exclamó Juana, una de sus compañeras. "Ahora puedo proteger a mi perro de mis miedos".

Valentina sintió que su escudo era un verdadero superpoder que podía compartir con los demás. Y aunque su papá a veces seguía enojándose, Valentina entendía que el amor y la conversación podían ayudar incluso en los días más grises.

Un día, Valentina tuvo la valentía de hablar con su papá. "Papá, a veces me asustás cuando te enojás. Pero tengo un escudo que me ayuda. ¿Podemos hablar de lo que te pasa cuando estás triste?".

Su papá, sorprendido, la miró y asintió. "No quise asustarte, pequeña. A veces siento cosas que no sé cómo expresar. Gracias por ser tan valiente".

Desde ese día, Valentina y su papá comenzaron un nuevo viaje juntos, hablando más sobre sus emociones. Con cada conversación, su papá se volvía más comprensivo y su familia se unía más.

Al final, Valentina entendió que todos podían crear sus propios escudos emocionales, y que, al compartir y hablar, podían hacer que su vida familiar fuera mucho más enriquecedora.

Desde aquel día, los corazones y las estrellas de Valentina siguieron brillando, no sólo en su cuaderno, sino también en el aire que los rodeaba, llenando su hogar de amor, comprensión y mucha alegría.

FIN.

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