El Espacio de Cada Uno
Había una vez en un barrio alegre y colorido un niño llamado Leo. Leo era un chico lleno de energía y siempre estaba buscando jugar con sus amigos. No obstante, tenía una peculiaridad: le encantaba acercarse mucho a sus amigos, tanto que a veces los incomodaba.
Un día, mientras jugaban a la pelota en el parque, Leo decidió que era el momento perfecto para hacer lo que más le gustaba: hacer bromas. Así que, sin avisar, se acercó sigilosamente a su amigo Tomás y le dio un susto gigante.
"¡Boo!" - gritó Leo, sonriendo.
Tomás, sorprendido, dio un salto hacia atrás.
"¡Leo! No me hagas eso, me asustaste!" - se quejó Tomás, un poco molesto.
Pero Leo no entendía que había invadido el espacio personal de su amigo. Para él, era solo parte de la diversión. Sin embargo, la incomodidad de Tomás quedó grabada en su rostro.
Esa tarde, decidió contarle a su hermana mayor, Sofía, sobre el incidente.
"Sofía, hoy le di un susto a Tomás y se enojó un poco. ¿Es que no entiende que es un chiste?" - decía Leo, sin comprender del todo.
Sofía lo miró con dulzura y le explicó:
"Leo, a veces las personas necesitan su espacio. Ese espacio que tienen alrededor de ellos es como una burbuja. Si entrás sin avisar, se sienten incómodos."
Leo se quedó pensando. Nunca había visto las cosas de esa forma. Pero, como buen niño curioso, decidió hacer un experimento al día siguiente.
Cuando volvió al parque, se encontró con Paula, una amiga que siempre estaba dispuesta a jugar, pero que esa vez estaba sentada sola en un banco, con una cara triste.
"¿Qué te pasa, Paula?" - le preguntó Leo, acercándose.
Paula miró hacia abajo y respondió:
"Me siento sola. Mis amigos están jugando al fútbol y yo tengo ganas de jugar, pero no sé."
Leo recordó lo que le había dicho Sofía y dio un paso atrás.
"Puedo jugar al fútbol, pero solo si querés que me acerque. ¿Te parece?" - sugirió con una sonrisa amistosa.
Paula levantó la vista y sonrió al escuchar la propuesta.
"¡Claro! Me encantaría jugar con vos, pero no me gusta que me griten de tan cerca."
Leo sintió una pequeña chispa de entendimiento en su corazón.
"Entiendo. Entonces, ¿podemos jugar un poco más lejos del grupo?" - propuso.
Paula asintió, y así comenzaron a jugar juntos, manteniendo siempre una distancia cómoda entre ellos. Leo se dio cuenta de que jugar era mucho más divertido cuando ambos se sentían cómodos y libres.
Poco después, Tomás se acercó, y Leo decidió invitarlo a jugar también.
"¿Te gustaría unirte a nosotros, Tomás? Pero prometo no hacerte sustos hoy."
Tomás miró a Leo, un poco incrédulo, pero sonrió al ver la sinceridad en su rostro.
"Está bien, pero por favor, mantenete a un par de pasos de mí, ¿sí?"
Leo asintió alegremente mientras recordaba lo que había aprendido sobre el espacio personal. Finalmente, pudieron disfrutar de una tarde llena de risas, goles y juegos respetando el espacio de cada uno.
Al finalizar el día, mientras caminaban hacia sus casas, Sofía los vio desde la distancia y sonrió feliz de ver el progreso de su hermano.
"¿Cómo fue mi pequeño científico?" - le preguntó.
"¡Increíble! Aprendí que el respeto por el espacio de los otros hace que jugar sea más divertido. Ahora sé que a veces, solo hay que preguntar antes de acercarse."
Sofía se sintió orgullosa.
"Ese es el espíritu, Leo. Nunca dejes de compartir y respetar a tus amigos."
Y así, Leo no solo se divirtió jugando, sino que también aprendió una valiosa lección sobre el respeto y la amistad. Desde ese día, se convirtió en un gran defensor del espacio personal y siempre aseguraba que todos sus amigos se sintieran cómodos y felices.
FIN.