El Espacio Mágico de Emma y el Tambor



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivía una niña llamada Emma. Emma tenía una pasión especial: tocar el tambor. Cada vez que golpeaba los parches de su tambor, sentía que podía conquistar el mundo. Sin embargo, a veces se sentía sola, pues sus amigos preferían jugar a otros juegos.

Una tarde, mientras Emma practicaba bajo un viejo árbol, notó que la luz del sol brillaba en un arbusto cercano. Curiosa, se acercó y descubrió un tambor antiguo, cubierto de hojas y enredaderas. Cuando lo tocó, escuchó una melodía mágica que resonaba en el aire.

-Si tocas esta canción, se abrirá un espacio mágico- dijo una voz suave.

Emma miró a su alrededor, sorprendida. Era una pequeña hada llamada Lila.

-¿De verdad? -preguntó Emma, sus ojos brillando de emoción.

-Sí, pero debes tocar con el corazón y compartir tu música con quienes te rodean. Solo entonces podrás entrar al espacio mágico- respondió Lila.

Emma se llenó de entusiasmo y, cada día, practicaba su tambor haciendo que la música se escuchara por todo el pueblo. Al principio, los niños la miraban con sospecha y algunos se reían.

-¿Por qué no jugás con nosotros, Emma? -le decían.

-Porque quiero tocar mi tambor y crear algo especial- contestaba Emma, un poco triste.

Una tarde, mientras tocaba una nueva melodía, algunos niños se acercaron.

-¿Qué haces? -preguntó Tomás, uno de sus compañeros.

-Es una canción mágica -dijo Emma con ilusión-. Si toco bien, ¡podemos entrar a un espacio mágico!

Los niños se rieron, pero la curiosidad los llevó a sentarse a su alrededor. Emma empezó a tocar con más confianza, y pronto los niños comenzaron a aplaudir y a moverse al ritmo de la música.

-Esto es divertido -dijo Ana, sonriendo-. ¡Seguí tocando, Emma!

En ese momento, la música de Emma adquirió un brillo especial y, de repente, ¡el arbusto comenzó a brillar! El espacio mágico se abrió ante ellos, revelando un jardín de colores vibrantes con criaturas fantásticas que bailaban al ritmo del tambor.

-¡Guau! -exclamó Tomás - ¡es increíble! ¡Tu música lo hizo posible!

-¡Entremos! -gritó Ana mientras todos se lanzaban al jardín mágico.

Dentro del espacio, los niños descubrieron que cada rincón les ofrecía aventuras nuevas: un río de chocolate, árboles que cantaban, y montañas de nubes para saltar. Todo parecía más divertido con Emma tocando su tambor.

Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el espacio mágico estaba en peligro. Un viento fuerte comenzó a soplar y las criaturas mágicas estaban asustadas.

-¿Qué hacemos? -preguntaron los niños.

-¡Debo tocar la canción que creé para este lugar! -decidió Emma, segura de que podía ayudar.

Con todos sus amigos animándola, Emma se concentró y empezó a tocar con todo su corazón. La melodía resonó tan fuerte que el viento comenzó a calmarse y la luz del tambor brilló más intensamente.

-¡Sí, Emma, seguí! -gritaban los niños mientras bailaban a su alrededor.

Finalmente, la canción llevó paz y alegría al espacio mágico, y el viento desapareció. Todas las criaturas mágicas aplaudieron y rodearon a Emma y sus amigos.

-¡Lo logramos! -gritó Tomás, lleno de alegría.

-Por tu música, este lugar será siempre especial -dijo Lila, el hada, sonriendo.

Cuando regresaron al pueblo, Emma ya no se sentía sola. Su pasión había reunido a sus amigos y había creado una experiencia inolvidable. Con cada golpe en su tambor, había mostrado que la música es un lenguaje que une corazones.

Desde ese día, Emma tocó su tambor cada tarde, y el espacio mágico se abrió una vez más, llevando aventuras a todos. Juntos aprendieron que cuando compartimos lo que amamos, ¡creamos magia en el mundo real!

FIN.

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