El Espejo Adivinador
Érase una vez un pequeño pueblo llamado Sueñolandia, donde los niños pasaban sus días jugando y explorando. Uno de esos niños se llamaba Diego. Diego era un curioso aventurero que siempre estaba en busca de algo extraordinario.
Un día, mientras exploraba el desván de su abuela, encontró un viejo espejo cubierto de polvo. Al acercarse, notó que el espejo parecía brillar de una manera especial. Con un poco de miedo pero también con mucha curiosidad, Diego lo limpió y, al hacerlo, una voz resonó en el aire:
"¡Hola, pequeño! Soy el Espejo Adivinador. Si aciertas mis adivinanzas, te llevaré a un país extraño. ¿Te atreves a jugar?"
Diego, emocionado por la idea de una aventura, respondió:
"¡Sí! Estoy listo. ¿Cuál es tu primera adivinanza?"
"Aquí va: soy muy brillante, pero no soy una estrella; me muevo rápido, pero no tengo pies. ¿Qué soy?"
Diego pensó un momento. Había vivido tantas aventuras imaginarias en su mente que a veces olvidaba mirar hacia el cielo. Entonces, se iluminó y dijo:
"¡Es un rayo de sol!"
El espejo brilló intensamente y, en un instante, Diego se encontró en un lugar vibrante y colorido. Era un país lleno de criaturas maravillosas y plantas de colores inimaginables.
"¡Bienvenido a Luminalia!" dijo una mariposa gigante que se acercó volando. "Soy Lila, la mariposa guía. Aquí, los días son cálidos y la diversión nunca termina. Pero debes resolver más adivinanzas si quieres explorar el país."
Diego sonrió y aceptó el reto. Lila le lanzó otra adivinanza:
"Tengo muchas caras y siempre estoy en el mismo lugar, a veces puedo ser cálido, a veces helado. ¿Qué soy?"
Diego pensó en las montañas y luego en las nubes. Finalmente proclamó:
"¡Es un dado! ¡Cada cara es una aventura!"
El espejo brilló aún más, y mientras se desvanecía la imagen de Luminalia, Diego se encontró de vuelta frente al espejo en su casa.
"¡De acuerdo, otra vez!" exclamó, sintiendo una emoción que lo empujaba a seguir descubriendo.
El espejo respondió:
"Esta vez será más difícil. Escucha bien: sin ser océano, tengo mareas; sin ser tierra, puedo ser fértil. ¿Qué soy?"
Diego frunció el ceño. Se trataba de una pregunta complicada, pero recordó las lecciones en la escuela sobre los ríos. Entonces, se arriesgó:
"¡Es un río!"
Instantáneamente, la sala de su casa giró y se tornó en un entorno vibrante lleno de aguas brillantes y montañas verdes. Había llegado a un país llamado Acuaria, donde los ríos cantaban y los peces volaban.
"¡Bienvenido, viajero!" dijo un pez con alas doradas. "Soy Fin, el guardián del agua. Para seguir, debes resolver una última adivinanza: no tengo boca, pero puedo hablar; no tengo alas, pero puedo volar. ¿Qué soy?"
Diego se mordió el labio, tratando de conectarlo con todo lo que había aprendido. Recordó cómo las palabras pueden atravesar fronteras, cómo las historias pueden llevarnos lejos. Se dio cuenta de que la respuesta era algo más profundo que simplemente objetos.
"¡Es un libro!"
El pez aplaudió con sus aletas.
"¡Correcto! La sabiduría y las historias tienen el poder de transportarnos a lugares mágicos."
Diego sintió una gran satisfacción. Fin sonrió y lo llevó a través de un arco de agua, donde pudo ver a cientos de criaturas que leyeron grandes libros iluminados por la luz del sol.
Cuando finalmente regresó a casa, Diego se sentó frente al espejo una vez más.
"¿Puedo volver a Luminalia o Acuaria?" preguntó.
"Cada vez que quieras aprender o descubrir, solo tienes que enfréntate a tus retos. Las adivinanzas no son solo acertijos, son caminos hacia el conocimiento," respondió el espejo con una voz amable.
Diego prometió mantener su mente abierta y seguir aprendiendo. Desde ese día, cada vez que miraba su reflejo, recordaba que dentro de sí mismo llevaba la aventura y la curiosidad para explorar no solo mundos lejanos, sino también los misterios de la vida.
Y así, el espejo quedó en el desván, esperando que algún otro niño curioso llegara a jugar y descubrir esas maravillosas aventuras.
Fin.
FIN.