El espejo de los deseos



Érase una vez, en una pequeña ciudad argentina, un niño llamado Lucas. Lucas era un chico inteligente, pero había algo en su corazón que le nublaba el alma: la envidia. Cada vez que veía a su padre, el Sr. Martínez, trabajando en su taller de carpintería, Lucas sentía una mezcla de admiración y rencor. "¿Por qué mi papá tiene que ser tan querido por todos?"-, pensaba. "Yo quiero ser el mejor en todo y que todos me adoren"-.

Un día, mientras su padre contaba emocionado a su madre sobre un nuevo proyecto en el que iba a trabajar, Lucas, en un arranque de ira, interrumpió: "¡No me importa lo que hagas! Yo puedo hacerlo mejor que vos!"- La tensión llenó el aire y su madre, preocupada, trató de calmarlo. "Lucas, tu papá solo quiere mostrarte lo que ama hacer. No necesita rivales en su propia familia"-.

Sin embargo, Lucas no escuchó. Decidido a demostrar que era más talentoso, comenzó a sabotear los proyectos de su padre. A escondidas, rompía las maderas que su padre había preparado. "Si no puedo ser el mejor, al menos no dejaré que él lo sea"- pensaba mientras sonreía con malicia.

Con el tiempo, las constantes peleas y las tensiones en casa hicieron que la madre de Lucas decidiera mudarse. En su nueva casa, Lucas se sentía triunfante, pensando que "por fin, el centro de atención soy yo"-. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y Lucas se iba adentrando en un estilo de vida egocéntrico, se dio cuenta de que lo que había deseado en realidad se había convertido en soledad. Sus amigos lo abandonaron porque empezaron a cansarse de su actitud arrogante. Una tarde, mientras caminaba solo por el parque, vio a un grupo de niños construyendo una cabaña de madera. Se acercó, esperando ser el mejor entre ellos, pero lo que encontró fue algo que nunca hubiera esperado.

"Che, vení a ayudarnos!"- lo llamó uno de los niños. Lucas, muy confiado, se acercó y dijo: "No necesito su ayuda, yo soy el mejor constructor"-.

Los niños lo miraron confundidos. Uno de ellos respondió: "Pero somos amigos y juntos podemos hacer que la cabaña sea genial"-.

Un chispazo de duda atravesó a Lucas. Nunca había probado la experiencia de trabajar en equipo y disfrutar del éxito ajeno. Mientras observaba a los otros niños compartir herramientas, ideas y risas, algo dentro de él empezó a cambiar. Se dio cuenta de que su ambición desmedida le había cerrado las puertas a la amistad y la felicidad.

"¿Puedo unirme a ustedes?"- preguntó Lucas, un poco tímido. Los niños sonrieron y le dijeron: "¡¡Por supuesto! ! Todos podemos aprender unos de otros"-.

A partir de ese día, Lucas se sumó al grupo y comenzó a aprender no solo a construir, sino también a ser parte de algo más grande. Cada madera que unían era un paso hacia la reconciliación con su propio corazón. Con el tiempo, empezó a pensar en su padre, en lo que había hecho y cómo había destruido su familia por culpa de la envidia. Cuando finalmente se atrevió a llamarlo, su padre lo recibió con los brazos abiertos, sin rencor.

"Papi, lamento mucho lo que hice. Me dejé llevar por la envidia y te alejé de mí. Quiero aprender de vos. Juntos podríamos hacer algo increíble"-.

El Sr. Martínez sonrió y respondió: "Siempre hay tiempo para empezar de nuevo, Lucas. Lo importante es que ahora lo entiendes"-.

Juntos, Lucas y su padre comenzaron un nuevo proyecto en el taller. Lucas había aprendido que compartir, amar y trabajar en equipo sumaba mucho más que competir. Pronto, su madre también regresó, feliz de ver cómo su familia se acercaba de nuevo. Desde entonces, Lucas jamás dejó que la envidia se apoderara de su corazón.

El tiempo pasó y Lucas se convirtió en un carpintero talentoso, pero lo más importante, había aprendido a valorar la amistad, la familia y el trabajo en conjunto. Cambiando su enfoque, descubrió que ser parte de otros y apoyarse mutuamente era el verdadero camino hacia la felicidad.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!