El Espejo de los Deseos



Era una tarde lluviosa cuando tres adolescentes, Nicolás, Laura y Martín, decidieron explorar un viejo sótano que habían descubierto en una casa abandonada cerca de su barrio. Todo lo que encontrarían allí cambiaría sus vidas para siempre. Al acercarse a un espejo cubierto de polvo, Martín exclamó:

"¡Che, miren este espejo! ¿No parece raro?"

Laura, siempre la más curiosa del grupo, se acercó lentamente y comenzó a limpiar el cristal con su remera.

"¡No toques eso! Puede estar maldito" - dijo Nicolás, recordando las historias de terror que había escuchado.

Pero la intriga pudo más. Al limpiar, el reflejo empezó a distorsionarse. De repente, una luz brillante emergió del espejo, envolviendo a los tres amigos.

"¿Qué pasa?" - gritó Martín, mientras sentía cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies.

En un parpadeo, se encontraron en un lugar completamente diferente. Era un bosque oscuro y tenebroso, lleno de árboles que parecían susurrar secretos entre sí.

"Esto no me gusta nada" - dijo Nicolás, mirando a su alrededor.

Laura, sin embargo, estaba fascinada.

"¡Es increíble! ¿Y si encontramos algo mágico aquí?"

Mientras se adentraban en el bosque, comenzaron a escuchar risas lejanas, y la curiosidad les llevó a seguir el sonido. Después de recorrer un trecho, llegaron a un claro iluminado por una luz suave. En el centro, un lago brillaba como un espejo. Se acercaron lentamente.

"¿No se ve hermoso?" - preguntó Laura.

"Sí, pero tenemos que tener cuidado" - advirtió Nicolás, recordando la advertencia sobre el espejo.

Fue Martín quien, movido por la emoción, lanzó una piedra al lago. En ese instante, la superficie del agua se agitó violentamente y una figura oscura emergió.

"¿Quiénes son ustedes?" - preguntó una voz grave, resonando en el aire.

Los ojos de los adolescentes se abrieron de par en par de terror.

"Solo queríamos explorar" - tartamudeó Nicolás.

La figura se acercó más y, a medida que lo hacía, ellos retrocedían.

"Cada deseo tiene un precio. ¿Están dispuestos a pagarlo?" - susurró la sombra.

Martín, impulsivo como siempre, respondió:

"¡Sí, quiero ser inmortal!"

"Ese es un deseo complicado..." - dijo la figura, haciéndose más evidente al salir del agua.

"Yo solo quiero ser rica" - declaró Laura, emocionada.

"Yo quiero ser el mejor jugador de fútbol" - concluyó Nicolás.

La figura oscura rió y les dijo:

"Los deseos que pidan se cumplirán, pero deberán enfrentar las consecuencias de sus decisiones. ¿Están listos?"

Sin dudar, los tres gritaron al unísono:

"¡Sí!"

De repente, el aire se tornó pesado y un torbellino se levantó en el claro, llevándolos a un mar de sombras y ruidos.

Cuando finalmente pudieron ver con claridad, se encontraron de nuevo frente al espejo. Pero esta vez, sus reflejos eran diferentes: eran figuras distorsionadas, con expresiones de terror.

"¿Qué nos pasó?" - preguntó Laura, alarmada.

"Es un castigo por nuestros deseos egoístas" - reflexionó Nicolás, viendo cómo las sombras comenzaban a acercarse.

Trataron de escapar, pero el espejo empezó a cerrar sus bordes, como un enorme laberinto impenetrable.

"¡No! ¡No puede ser así!" - gritó Martín, mientras la oscuridad lo envolvía.

Y, de repente, el espejo estalló en mil pedazos, liberándolos. Sin embargo, ya no eran ellos; sus almas habían quedado atrapadas entre el deseo y la realidad.

El lugar se llenó de silencio, y el espejo, fragmentado, se convirtió en un hermoso reflejo de lo que alguna vez fueron.

La historia de Nicolás, Laura y Martín se convirtió en una lección para todos los demás jóvenes del barrio:

A veces, los deseos pueden llevar a consecuencias inesperadas, y lo más importante es valorar lo que ya tenemos en lugar de buscar siempre más. En su memoria, la casa abandonada fue sellada, recordando a los que pasaban que la verdadera magia está en la amistad y en las decisiones que tomamos.

Y así, el espejo siguió ahí, cubierto de polvo, esperando la próxima aventura.

Al final, aquellos amigos recordaron siempre a Nicolás, Laura y Martín, los tres jóvenes que aprendieron de la manera más dura que los deseos deben ser elegidos con el corazón, no con la ambición.

FIN.

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