El espejo encantado
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Alex. Desde muy pequeño, Alex siempre había sido muy creativo y le encantaba inventar historias fantásticas.
Pasaba horas dibujando criaturas mágicas y creando mundos imaginarios en su mente. Un día, mientras jugaba en el parque del pueblo, Alex encontró un extraño espejo en medio del bosque. Al mirarse en él, de repente se vio transportado a un mundo completamente distinto.
Todo a su alrededor era surrealista: árboles de colores brillantes, animales parlantes y nubes que parecían algodón de azúcar. Alex no podía creer lo que veía. Se sentía emocionado de explorar ese nuevo mundo irreal que había descubierto.
Pronto se hizo amigo de un simpático dragón llamado Fuego y juntos emprendieron increíbles aventuras. "¡Fuego, este lugar es asombroso! Nunca quiero volver a casa", exclamó Alex emocionado. "Me alegra que te guste, amigo.
Pero recuerda que tu familia te espera en casa", respondió Fuego con cariño. Los días pasaban volando para Alex en su mundo irreal. Sin embargo, poco a poco comenzó a darse cuenta de que algo no estaba bien.
Empezó a tener visiones confusas y a escuchar voces extrañas que lo atormentaban. Una noche oscura, mientras caminaba por el bosque con Fuego, las sombras cobraron vida y rodearon a Alex. De repente, se vio enfrentando sus miedos más profundos: la soledad, la tristeza y la incertidumbre.
"¡No puedo más! ¡Esto no es real!", gritó Alex mientras las sombras lo envolvían. En ese momento, el espejo apareció frente a él y pudo ver su reflejo distorsionado por la oscuridad.
Se dio cuenta de que todo lo que estaba viviendo era parte de su propia mente; una manifestación de sus temores e inseguridades. Con valentía, decidió enfrentar sus miedos y aceptar la realidad.
Cerró los ojos con fuerza y cuando los abrió de nuevo se encontraba nuevamente en el parque del pueblo, frente al espejo. Al regresar a casa, abrazó fuertemente a su familia y les contó sobre su extraordinaria aventura en el mundo irreal.
Ellos lo escucharon atentamente y le recordaron cuánto lo querían y apoyaban incondicionalmente. Desde ese día, Alex supo que aunque la vida pudiera ser difícil en ocasiones, siempre tendría el amor de su familia para guiarlo.
Aprendió a valorar la realidad por encima de las fantasías e hizo todo lo posible por mantenerse conectado con ella.
Y así fue como Alex descubrió que la verdadera magia no está en los mundos imaginarios, sino en el amor genuino y la fortaleza interior para superar cualquier desafío que se presente en el camino.
FIN.