El Espejo Mágico
Un día, Ana encontró un espejo pequeño en el parque. Era un espejo mágico que brillaba con un destello especial. Al acercarse y mirarse, no vio su cara; en su lugar, aparecieron palabras que danzaban en el cristal.
“Amable”, “Creativa”, “Valiente”, decía el espejo.
Ana, extrañada, preguntó:
—¿Por qué no veo mi cara? ¿No debería ver mi reflejo?
—No se trata de lo que ves por fuera, sino de lo que hay en tu interior —respondió el espejo con una voz suave y melodiosa—.
Intrigada por la respuesta, Ana decidió llevarse el espejo a casa. Durante la semana, cada vez que miraba en él, las palabras la llenaban de alegría y confianza. Sin embargo, un día, mientras caminaba hacia la escuela, notó que un grupo de niños se reía de un compañero que nunca jugaba con ellos.
Ana sintió un nudo en el estómago y decidió actuar. Corrió hacia el grupo y dijo:
—¡Eso no está bien! Todos merecemos ser tratados con amabilidad.
Los niños la miraron con sorpresa.
—¿Y quién sos vos para decirnos eso? —respondió uno de ellos, con una actitud burlona.
En ese momento, Ana recordó las palabras que el espejo le había mostrado.
—Soy Ana, y el espejo mágico me enseñó que ser amable es lo más importante. Todos tenemos sentimientos, y menospreciar a alguien no es correcto.
Uno de los niños, Tomás, sintió vergüenza.
—Yo solo quería hacer reír a mis amigos, pero no pensé en cómo se sentiría el otro.
El grupo se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de Ana. El chico que estaban molestando, Lucas, se acercó con una sonrisa tímida.
—Gracias, Ana.
Ana sonrió y se sintió orgullosa. Desde ese día, todos juntos empezaron a jugar.
Al llegar a casa, Ana miró en su espejo mágico.
—¡Eres valiente! —exclamó al leer la palabra que brillaba.
—Sí, pero también he sido amable y creativa al resolver un problema.
Una semana después, Ana organizó un juego en el parque para incluir a todos sus compañeros. Mientras todos disfrutaban, decidió mirar una vez más el espejo. Sin embargo, esta vez las palabras eran diferentes: “Líder”, “Empática”.
Ana se sorprendió.
—¿Líder? No entiendo.
—Las acciones que llevaste a cabo son ejemplos de liderazgo. Te preocupaste por los demás y ayudaste a unir a tus compañeros —respondió el espejo.
Ana no se había dado cuenta de lo importante que era hacer sentir bien a los demás.
—Gracias, espejo mágico.
Esa tarde, Ana decidió transformar su nueva admiración en un proyecto. Junto con sus amigos, crearon un club en el que todos podían hablar sobre sus sentimientos y compartir sus problemas.
El tiempo pasó y el espejo seguía mostrándole palabras nuevas cada vez que se miraba. Pero un día, volvió a mirar y quedó atónita. En el espejo ya no solo había palabras para ella, sino también palabras de otros: “Generosa”, “Inspira”, “Amiga”.
—¿Esto significa que también puedo ver lo que pienso de mis amigos?
—Exactamente. La bondad que compartes hace que los demás vean lo mejor de sí mismos, así como tú ves lo mejor de ellos —respondió el espejo —. La magia está en cómo interactúas y lo que haces por los demás.
Ana comprendió que el espejo no solo le mostraba cómo era ella, sino que también reflejaba cómo influía en las vidas de los otros.
Con su corazón lleno de amor, decidió seguir adelante. La vida es un espejo, y todo lo bueno que des a los otros también volverá hacia ti.
Y así, Ana siguió haciendo felices a quienes la rodeaban, creando un mundo más amable y lleno de risas. El espejo mágico permaneció en su habitación, siempre brillando con un mensaje nuevo, recordándole a Ana que cada día era una oportunidad para hacer el bien.
Finalmente, un día, decidió compartir su experiencia con otros niños. Juntos, encontraron muchos espejos en el parque: algunos eran mágicos, otros solo reflejaban imágenes. Pero todos tenían algo en común: les recordaban la importancia de ser amables, creativos y valientes.
FIN.