El fagot mágico de Melodilandia


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Melodilandia, donde la música era el centro de atención.

Los niños y niñas del lugar estaban emocionados por aprender a tocar diferentes instrumentos, pero había uno en particular que no despertaba mucho interés: el fagot. En el conservatorio de música del pueblo, se encontraba Don Fausto, un talentoso músico que amaba su fagot más que nada en el mundo.

A pesar de ser un instrumento vital en los quintetos de viento, los niños siempre lo pasaban por alto y elegían otros instrumentos más comunes. Un día, Don Fausto decidió hacer algo para cambiar esa situación.

Se le ocurrió la idea de organizar un concurso musical para que los niños descubrieran las maravillas del fagot. El premio sería la oportunidad de formar parte del quinteto juvenil que representaría al pueblo en un gran concierto.

La noticia se corrió rápidamente por todo Melodilandia y los niños comenzaron a practicar sin cesar para poder participar en el concurso. Sin embargo, había uno llamado Lucas que no estaba interesado en aprender a tocar ningún instrumento. Lucas era un niño curioso y creativo.

Pasaba sus días explorando el bosque cercano al pueblo y construía sus propios juguetes musicales con ramas y hojas secas. Pero cuando escuchó sobre el concurso musical organizado por Don Fausto, supo que tenía que participar.

El día del concurso llegó y todos los niños estaban nerviosos pero entusiasmados por mostrar sus habilidades musicales frente al exigente jurado compuesto por destacados músicos del pueblo. Don Fausto estaba ansioso por escuchar a los jóvenes talentos y ver si alguno de ellos se interesaba en el fagot.

Uno por uno, los niños subieron al escenario y tocaron sus instrumentos con pasión y destreza. Los violines, las flautas, los clarinetes y las trompetas llenaron el aire con melodías hermosas.

Pero cuando llegó el turno de Lucas, algo inesperado sucedió. Lucas no llevaba ningún instrumento convencional al escenario. En cambio, había construido un peculiar fagot improvisado con cañas del bosque. Todos quedaron sorprendidos al verlo sosteniendo su creación única.

- ¡¿Qué es eso? ! - exclamó uno de los miembros del jurado. - Es mi fagot hecho a mano - respondió Lucas orgulloso. Con curiosidad, Don Fausto le pidió a Lucas que tocara una canción en su extraño instrumento.

Y para asombro de todos, la melodía que salió del fagot improvisado fue absolutamente maravillosa. Los jurados estaban fascinados por la habilidad musical de Lucas y cómo pudo crear música tan hermosa con algo tan simple como ramas y hojas secas.

Don Fausto se dio cuenta en ese momento que no importaba qué tipo de instrumento se utilizara para hacer música, sino la pasión y creatividad que se le pusiera. Al finalizar el concurso, Don Fausto anunció alegremente que Lucas había ganado el primer premio.

El pequeño músico recibió una ovación de pie por parte del público emocionado mientras él sonreía radiante junto a su peculiar fagot improvisado.

A partir de ese día, el fagot se convirtió en uno de los instrumentos más queridos y admirados por los niños de Melodilandia. Don Fausto les enseñó a todos que la música no tiene límites y que cada instrumento, sin importar cuán diferente o poco común sea, puede ser una fuente de alegría y belleza.

Lucas continuó explorando su creatividad musical con su fagot improvisado y junto a sus amigos del quinteto juvenil, lograron emocionar al público en el concierto más importante del año.

Desde entonces, el fagot fue reconocido como la base esencial en los quintetos de viento y los niños aprendieron a valorarlo como un tesoro musical invaluable.

Y así, gracias a Lucas y su pasión por la música, todos comprendieron que no debemos juzgar un instrumento por su apariencia o popularidad, sino por las emociones maravillosas que puede transmitir cuando se toca con amor y dedicación. El pueblo de Melodilandia vivió felizmente rodeado de melodías mágicas durante muchos años más.

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