El Fantasma de la Biblioteca
Era una tarde de otoño en la pequeña ciudad de Villa Verde. Magaly, una niña curiosa y aventurera, decidió invitar a sus amigos: Sebastián, Gael y Ainara, a explorar la vieja biblioteca del barrio, un lugar que todos decían estaba encantado.
"¡Vamos a descubrir si es cierto!" - exclamó Magaly mientras tomaba la mano de Sebastián.
"¿De verdad hay un fantasma?" - preguntó Gael con los ojos bien abiertos.
"Yo no creo en esas tonterías" - dijo Ainara, aunque un pequeño escalofrío le recorrió la espalda.
Llegaron a la biblioteca, que era más grande de lo que recordaban. La puerta chirrió al abrirse y un aire frío salió de adentro. Todos se miraron un poco nerviosos, pero la curiosidad pudo más que el miedo.
Navegaron entre estanterías llenas de libros polvorientos, y de repente, escucharon un leve susurro.
"¿Escucharon eso?" - preguntó Sebastián, temblando un poco.
Los cuatro se acercaron más, y en un rincón oscuro vieron una figura traslúcida. Era un fantasma, pero no cualquiera. Llevaba unas gafas de marco grueso y una bufanda a rayas.
"¡Hola!" - saludó el fantasma con una voz suave.
"¿Eres un fantasma de verdad?" - preguntó Ainara, con una mezcla de miedo y fascinación.
"Sí, soy Benjamín, el guardián de esta biblioteca. He estado aquí por muchos años, cuidando los libros y las historias" - respondió el fantasma.
"¿Por qué estás aquí solo?" - preguntó Magaly, que desde siempre había tenido una gran compasión por los seres solitarios.
"Es que nadie viene a leer, y las historias se olvidan si no se comparten. A veces me siento muy triste" - dijo Benjamín, con una pequeña lágrima asomándose en su ojo.
Los amigos se miraron entre sí. Sabían que podían ayudar.
"Podemos hacer algo para que más chicos vengan a la biblioteca" - propuso Gael.
"¡Sí! Podemos organizar un club de lectura!" - sugirió Sebastián, emocionado.
Ainara, que al principio estaba más escéptica, se unió rápidamente a la idea.
"Podríamos invitar a nuestros compañeros de la escuela y hacer actividades divertidas con los libros" - dijo.
Benjamín iluminó su rostro espectral.
"¿De verdad harían eso por mí?" - preguntó, brillando de esperanza.
"¡Claro!" - respondieron todos al unísono.
Entonces, comenzaron a planear. Idearon un día especial donde invitarían a los chicos de la escuela. Se prepararían lecturas animadas, juegos de palabras y hasta una merienda con galletitas.
En el transcurso de la semana, Magaly, Sebastián, Gael y Ainara repartieron invitaciones y compartieron su idea con todos. Para su sorpresa, todos estaban entusiasmados.
Finalmente llegó el gran día. La biblioteca se llenó de risas y conversaciones. Todos se sentaron en alfombrillas, escucharon las historias que Benjamín contaba con entusiasmo, y se unieron a juegos literarios que habían preparado.
"Esto es lo mejor que me ha pasado en años" - dijo Benjamín, con brillo en sus ojos.
"Sí, ¡y ahora cada semana haremos esto!" - exclamó Magaly, muy orgullosa.
A partir de ese día, los niños comenzaron a regresar a la biblioteca. Benjamín ya no estaba solo, y juntos formaron un club de lectura que unió a muchos.
Los días pasaron, y la biblioteca cobró vida, llena de risas, libros y amigos.
"Gracias por devolverme la alegría a mi casa" - dijo Benjamín un día mientras los chicos se iban a casa.
"No fue solo un trabajo de nosotros. ¡Fue un esfuerzo de todos!" - respondió Sebastian, sonriendo.
Y así fue como una pequeña acción de cuatro amigos transformó la vieja biblioteca en un lugar mágico donde las historias nunca se olvidarían. Juntos aprendieron que compartir y cuidar lo que amamos puede iluminar incluso los lugares más oscuros.
FIN.