El Fantasma de la Casa de los Sueños



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una antigua casa que había estado deshabitada durante años. Todos decían que estaba embrujada, y los niños hacían historias sobre un fantasma que vagaba por sus salones. Pero, lo que nadie sabía era que el fantasma, llamado Fantasín, solo quería hacer amigos.

Una tarde, mientras los niños jugaban en el parque, uno de ellos, llamado Lucas, propuso explorar la misteriosa casa.

"¿Qué tal si vamos a ver si es verdad que hay un fantasma?", sugirió Lucas con una sonrisa intrigante.

Los otros chicos, entusiasmados, aceptaron. Al llegar a la casa, se sintieron un poco asustados, pero la curiosidad fue más fuerte. Empujaron la vieja puerta que crujió al abrirse, revelando un interior cubierto de polvo y telarañas.

"Mirá esto. Está lleno de cosas viejas", exclamó Sofía, mientras sostenía un sombrero de época.

De repente, una suave brisa sopló y una ráfaga de papel voló por el aire.

"¿Qué fue eso?", gritó Tomás, con los ojos bien abiertos.

"¡Es el fantasma!", dijo Gabriela con un tono dramático.

"No tengamos miedo", dijo Lucas. "Quizás solo quiere jugar con nosotros."

Conco siguiendo el rastro de papeles, encontraron una habitación llena de juguetes viejos y un arma de fuego muy antigua. En el centro, un divertido globo de colores flotaba. Y, de repente, apareció Fantasín, con una gran sonrisa y ojos brillantes.

"¡Hola, niños! Soy Fantasín", dijo el fantasma, sorprendiéndolos. "No quiero asustarlos, solo busco compañía. Vivo aquí, y estoy muy solo."

Los niños se miraron entre sí, asombrados pero aliviados. Aunque Fantasín era un fantasma, no parecía nada aterrador.

"¿Quieres jugar con nosotros?", preguntó Sofía, acercándose un poco.

Fantasín sonrió aún más.

"Me encantaría, pero no tengo juguetes nuevos. Los viejos están un poco desgastados."

Los niños, que eran muy ingeniosos y creativos, decidieron ayudar a Fantasín. Se pusieron a pensar en cómo podrían darle una nueva vida a los juguetes viejos. Así, comenzaron un proyecto de reciclaje y reparación.

Mientras trabajaban, contaron historias, rieron y compartieron secretos. Fantasín se sintió cada vez más feliz, porque había encontrado amigos verdaderos.

"¡Miren!", exclamó Tomás, mientras pintaba un antiguo coche de juguete. "Ahora este coche está como nuevo. ¡Apostemos que puede toparse a una carrera!"

Pasaron toda la tarde transformando juguetes viejos en cosas nuevas y divertidas. Hasta pintaron la habitación con colores brillantes, llenándola de alegría y vida.

Al terminar, Fantasín les dio las gracias con sinceridad.

"Nunca pensé que podría tener amigos como ustedes. ¡Hicieron de esta casa un lugar lleno de energía! Ahora tengo mucho que contarles", dijo, iluminado por la felicidad.

"Y nosotros vamos a volver a visitarte, Fantasín!", prometió Lucas.

Desde aquel día, los niños y Fantasín continuaron su amistad. Ellos lo visitaban cada semana, y juntos seguían jugando y haciendo manualidades. Gracias a ellos, la antigua casa dejó de ser un lugar tenebroso y se convirtió en un hogar de risas y creatividad.

Con el tiempo, otros niños se unieron a ellos, y la casa se transformó en un centro de juegos y aprendizajes, donde la amistad y la fantasía llenaban el aire.

Y así, todos los días, el espíritu de Fantasín recordaba que no se trataba de ser un fantasma, sino de ser un buen amigo.

"La verdadera magia ocurre cuando compartimos cosas con el corazón", solía decir con una sonrisa.

Y así, el fantasma de Villa Esperanza se convirtió en una leyenda, pero no por ser aterrador, sino por ser un gran amigo.

FIN.

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