El Fantasma de la Noche Lluviosa
Era una lluviosa noche en el pequeño pueblo de Lluvilia. Las calles estaban desiertas, y el sonido de la lluvia golpeando los tejados era casi relajante. En su habitación, Sofía, una chica de diez años, miraba por la ventana, incapaz de conciliar el sueño. Ella sufría de insomnio, y las gotas de lluvia parecían contarle historias de aventuras que nunca vivió.
De repente, un brillo extraño iluminó la habitación. Sofía se giró y vio un fantasma amistoso, de aspecto juguetón, flotando en el aire con una gran sonrisa.
- ¡Hola! - dijo el fantasma, con un tono alegre. - Me llamo Rulo. Soy el fantasma de la aventura.
- ¿Un fantasma? - Sofía se sorprendió, pero también estaba intrigada. - ¿Qué haces aquí?
- ¡Estoy aquí para ayudarte a cambiar esa noche aburrida! - respondió Rulo. - Veo que no puedes dormir. ¿Te gustaría vivir una aventura?
Sofía se iluminó. - ¡Sí! Pero... ¿qué tipo de aventura?
- Vamos a hacer un viaje a través de tus sueños. Te mostraré lugares mágicos y también aprenderemos algo importante. - dijo Rulo, mientras daba un giro en el aire.
Sin pensarlo dos veces, Sofía asintió, y de inmediato un torbellino de colores los rodeó. La habitación desapareció, y Sofía se encontró en un bosque lleno de árboles altos, luces parpadeantes y sonidos misteriosos.
- ¡Bienvenida al Bosque de las Sueños! - anunció Rulo. - Aquí todo es posible, pero lo más importante es que debemos ayudar a alguien en apuros.
Sofía miró a su alrededor y vio a un pequeño conejo, que parecía muy asustado. - ¿Qué le pasa? - preguntó.
- Se ha perdido y necesita encontrar a su familia. - explicó Rulo. - Pero sólo tú puedes ayudarlo, porque tú también te sientes sola a veces.
La chica se acercó al conejo. - No te preocupes, pequeño amigo. Te ayudaré a encontrar a tu familia. -
Juntos, comenzaron a buscar entre los árboles. A medida que avanzaban, Sofía comenzó a sentir más confianza en sí misma, recordando que no estaba sola. De repente, llegaron a un claro, donde un grupo de conejos había formado un círculo.
- ¡Mira! - exclamó Sofía. - ¡Ahí están!
El pequeño conejo se unió a ellos con gran alegría. - ¡Gracias, gracias! - gritó, saltando de felicidad. - ¡Pensé que nunca volvería a verlos!
Rulo sonrió, y con una voz suave dijo: - Cuando ayudamos a otros, también nos ayudamos a nosotros mismos. ¡Vamos a celebrar!
De repente, el bosque se llenó de luz y alegría. Todos los conejitos comenzaron a bailar, y Sofía se unió a ellos. Era una fiesta mágica, donde las risas llenaban el aire y el miedo se desvanecía.
Después de un rato, Sofía sintió un pequeño escalofrío. - Creo que necesito volver a casa. - lamentó.
- ¡No te preocupes! - Rulo le dio una palmadita. - Tu aventura ha sido increíble, y puedes volver cuando quieras. Solo recuerda que la ayuda y la amistad son las mejores herramientas para vencer la soledad.
Con un beso de despedida, el bosque comenzó a desvanecerse, y Sofía sintió como si volara de vuelta a su habitación. Se despertó justo cuando la lluvia dejaba de caer. Era temprano por la mañana, pero se sentía llena de energía y alegría.
Desde aquella noche mágica, Sofía recordó siempre que podía cambiar la soledad en compañía con actos de bondad. Aprendió que cada vez que ayudaba a alguien, su propio corazón se llenaba de luz. Así, Sofía comenzó a hacer pequeñas cosas por los demás en su barrio, como ayudar a sus vecinos o jugar con los niños en la plaza.
Y así, no solo encontró nuevas amistades, sino que también nunca más le tuvo miedo a la noche, porque sabía que las aventuras siempre estaban a un sueño de distancia.
FIN.