El fantasma del jardín


Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes. Cada día, Tomás se levantaba temprano para disfrutar del hermoso cielo azul y las nubes rosas que parecían algodón de azúcar.

Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, Tomás se encontró con algo inesperado: ¡un fantasma! Pero este no era un fantasma aterrador como los de las historias de terror, sino uno muy amigable y simpático.

El fantasma le contó a Tomás que había estado vagando por el mundo durante mucho tiempo sin encontrar su lugar. Estaba cansado de asustar a la gente y solo quería hacer amigos. Tomás sintió pena por él y decidió ayudarlo.

"¿Cómo puedo ayudarte?", preguntó Tomás al fantasma. "Necesito encontrar un hogar donde pueda ser feliz", respondió el fantasma con tristeza. Tomás pensó en cómo podría ayudar al fantasma.

Recordó que su abuelo tenía una cabaña abandonada en lo alto de la montaña y se le ocurrió una idea maravillosa. "¡Tengo una idea!", exclamó emocionado. "Mi abuelo tiene una cabaña en lo alto de la montaña que está vacía. Podrías quedarte allí".

El fantasma sonrió emocionado ante la propuesta y aceptó encantado. Juntos subieron la empinada montaña hasta llegar a la cabaña abandonada. El lugar estaba lleno de polvo y telarañas, pero eso no importaba porque finalmente el fantasma había encontrado un hogar.

Tomás y el fantasma trabajaron juntos para limpiar y arreglar la cabaña. Pintaron las paredes de colores brillantes, colocaron cortinas en las ventanas y pusieron muebles cómodos. Pronto, la cabaña se convirtió en un lugar acogedor y alegre.

El fantasma estaba tan feliz que decidió hacer algo especial por Tomás como agradecimiento. Usando su magia, transformó una parte de la montaña en un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores.

"¡Wow! ¡Es increíble!", exclamó Tomás emocionado al ver el regalo del fantasma. A partir de ese día, Tomás pasaba mucho tiempo con su nuevo amigo el fantasma. Juntos exploraban el bosque, jugaban en el jardín mágico y disfrutaban del hermoso paisaje que los rodeaba.

Pero un día, mientras paseaban por el pueblo, se encontraron con una situación triste. Unos niños estaban pintando graffitis en las paredes y rompiendo las flores del parque. Tomás no pudo quedarse quieto ante esa injusticia y decidió intervenir.

Les explicó a los niños lo valioso que era cuidar la naturaleza y respetar los espacios públicos. Los niños escucharon atentamente las palabras de Tomás y se dieron cuenta del error que habían cometido.

Juntos, Tomás, el fantasma y los niños limpiaron las paredes pintadas e hicieron un plan para embellecer aún más el parque plantando más flores. Poco a poco, el pueblo volvió a ser un lugar lleno de color y alegría.

Tomás se dio cuenta de que, a través de su amistad con el fantasma, había aprendido la importancia del respeto por el medio ambiente y cómo pequeñas acciones podían marcar una gran diferencia.

Desde ese día en adelante, Tomás y el fantasma continuaron cuidando del jardín mágico y enseñando a los demás sobre la importancia de proteger la naturaleza. Siempre recordaban que la verdadera belleza está en preservar lo que nos rodea y compartirlo con los demás.

Y así, entre montañas verdes, cielo azul y nubes rosas, Tomás encontró un amigo especial en el fantasma y juntos hicieron del mundo un lugar mejor para vivir.

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