El Festín de Rapunzel



Había una vez, en un reino lejano, una princesa llamada Rapunzel. Era conocida por su risa contagiosa y sus travesuras. A su alrededor, todos disfrutaban de su alegría y su energía, pero había un pequeño gran problema: Rapunzel nunca comía nada.

Un día, mientras jugaba en los jardines del castillo, su mejor amiga, Lía, se acercó preocupada.

"Rapunzel, ¿no deberías comer algo? Te veo tan contenta, pero desde hace tiempo que no comes" - dijo Lía, con un tono de preocupación.

"¡Ay, Lía! No necesito comer, tengo tanta energía para seguir jugando. Además, la comida es aburrida y me quita tiempo" - respondió Rapunzel sonriendo, mientras saltaba de un lado a otro.

Pero con el paso de los días, Rapunzel empezó a sentirse cansada. Ya no podía hacer tantas acrobacias ni correr como antes. Un día, mientras jugaban a la pelota, se cayó y escuchó un pequeño 'crack'.

"¡Ay! Me duele un poco el brazo" - dijo, frotándose.

Lía la miró con más preocupación aún.

"Deberías hablar con la Reina, tal vez ella sepa qué hacer" - sugirió.

Rapunzel dudó. Era conocida en todo el reino por sus travesuras, pero la idea de hablar con su madre la asustaba un poco. Sin embargo, decidió que era mejor que seguir sintiéndose mal y se dirigió a la cocina del castillo.

Cuando llegó, vio a la Reina preparando un festín. Las fragancias de pasteles, guisos y frutas llenaban el aire.

"¡Hola, mamá!" - saludó Rapunzel, intentando desplazar sus preocupaciones.

"Hola, mi cielo. ¿Te gustaría probar un poco de la torta de fresas que estoy haciendo?" - preguntó la Reina con una sonrisa.

"No, gracias. Estoy bien" - respondió Rapunzel, aunque su estómago sonaba. La Reina la observó con ojos preocupados.

Afuera, el día siguió pero Rapunzel no podía dejar de pensar en cómo se sentía. De pronto, se sintió tan agotada que decidió recostarse bajo un árbol del jardín. Desde allí, podía ver cómo los niños del pueblo jugaban al aire libre. Todos parecían tan felices y llenos de energía.

Al día siguiente, mientras intentaba jugar con Lía, notó que no podía correr más de unos pocos pasos.

"¡Qué extraño! No puedo seguir, me siento tan débil" - declaró Rapunzel, sintiendo que algo no estaba bien.

Lía se acercó con ternura.

"Tal vez sea porque no has estado comiendo. A veces, el cuerpo necesita energía para seguir jugando" - explicó Lía, con sabiduría.

De repente, a Rapunzel se le ocurrió una brillante idea. Decidió hacer un juego. Si lograba preparar un platillo divertido, tal vez podría animarse a probarlo.

Fue así que se dirigió nuevamente a la cocina.

"¡Mamá! ¿Puedo ayudarte a preparar algo? Quiero hacer una comida divertida para mí y mis amigos" - pidió Rapunzel con entusiasmo.

La Reina sonrió, contenta de que su hija estuviera mostrando interés en la comida. Juntas, decidieron hacer una torre de frutas con yogur, y la decoraron con trocitos de chocolate.

"¡Mirá lo linda que quedó!" - exclamó Rapunzel.

"Es espectacular, y lo más importante: ¡también deliciosa!" - respondió la Reina.

Cuando finalmente llegó el momento de probar su creación, Rapunzel lo hizo con un poco de miedo, pero también con mucha curiosidad.

"¡Mmm, está riquísimo!" - exclamó al descubrir lo mucho que le gustaba el sabor. Sus amigos se unieron a ella y pronto estaban todos riendo y disfrutando de la torre de frutas.

Desde aquel día, Rapunzel entendió lo importante que era comer adecuadamente.

"Lía, tenías razón, no solo se disfruta jugando, también se disfruta comiendo" - dijo Rapunzel, sintiéndose ahora más fuerte y llena de energía.

La alegría de Rapunzel regresó, y con ella, la energía para brincar y correr por los jardines. Desde entonces, todos los días les pedía a su madre y a Lía que le enseñaran a preparar comidas divertidas, reforzando que lo que había en su plato no solo alimentaba su cuerpo, sino también su corazón.

Así, la princesa Rapunzel no solo siguió siendo la niña alegre que todos adoraban, sino que también descubrió un nuevo mundo de sabores que la acompañaron en sus aventuras. Y así, en su hermoso reino, la risa y la comida se convirtieron en los ingredientes esenciales para vivir felices.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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