El Festival de Cuentos del Mundo



En un pequeño pueblo llamado Diverlandia, todos los años se celebraba un evento muy especial: el Día de la Diversidad Cultural. Este año, los niños de Diverlandia estaban ansiosos, ya que se organizaría un festival donde niños de diferentes partes del mundo compartirían historias sobre sus lugares de origen.

La mañana del festival, los niños se reunieron en la plaza central. Había una gran carpa colorida decorada con banderas de distintos países. Los niños del pueblo miraban expectantes cuando cuatro amigos, cada uno de un rincón del mundo, se acercaron al centro.

Primero llegó Mei, desde China, quien trajo consigo un hermoso abanico pintado a mano.

"Hola a todos, soy Mei y vengo de un lugar donde los dragones son parte de las leyendas. En mi aldea, celebramos la Fiesta de la Primavera con un gran desfile donde los dragones de papel bailan en las calles. ¡Es espectacular!" - dijo Mei con una gran sonrisa.

Los niños aplaudieron y vieron cómo el abanico de Mei se abría como una gran flor. Entonces, llegó Sacha, de Rusia, llevando consigo una matryoshka decorada.

"¡Privet! Soy Sacha. En mi país, tenemos muñecas que se esconden unas dentro de otras. Cada muñeca representa a una parte de nuestra familia. Un día, en un festival, mi abuela me enseñó a bailarle al sol mientras sostenía la matryoshka. ¡Fue mágico!" - exclamó Sacha.

El público estaba cada vez más entusiasmado. Al poco tiempo, llegó Amina desde Marruecos, con un traje tradicional lleno de colores.

"¡Salam! Soy Amina. En mi país, el té es muy importante. Organizamos ceremonias de té donde contamos historias y nos reunimos con amigos y familia. Una vez, mi abuelo me comentó un cuento tan antiguo que parecía haber sido contado por las estrellas" - compartió Amina mientras giraba con gracia.

Finalmente, llegó Tomás, que venía de Argentina, tocando una pequeña guitarra.

"¡Hola, amigos! Soy Tomás. En mi país, el tango es un baile que se siente en el corazón. En un festival de pueblos, mis amigos y yo bailamos bajo la luna, y los mayores nos contaron sobre cómo nuestros abuelos danzaron de esa manera. ¡Fue inolvidable!" - relató con alegría mientras hacía unos pasos de baile.

Mientras contaban sus historias, un viento suave comenzó a soplar a través de la plaza. De repente, la carpa de la fiesta comenzó a ondear y las banderas de colores se mezclaron en un bello espectáculo. Entonces, se escuchó un estruendo que hizo retumbar los corazones de los presentes. Alguien en la multitud gritó:

"¡El árbol de los cuentos! ¡Miren!"

Todos observaron cómo un viejo árbol, ubicado al borde de la plaza, comenzó a brillar. Sus ramas estaban llenas de hojas brillantes que parecían relatar historias.

"¡Es un árbol mágico!" - exclamó Mei.

"¡Debemos contarle nuestras historias!" - sugirió Sacha emocionado.

"¡Sí! Le contaremos sobre nuestros países y nuestras tradiciones" - agregó Amina.

"Y quizás, nos ofrezca un deseo a cambio!" - dijo Tomás.

Los niños se acercaron al árbol, y cada uno comenzó a contar su historia. A medida que sus relatos fluían, las hojas del árbol comenzaron a brillar más intensamente. Las historias mezcladas de diferentes culturas crearon un hermoso canto.

Cuando terminaron, el árbol parpadeó y dejó caer una hoja dorada al suelo. Tomás la recogió y, con la mirada brillando, propuso:

"¿Y si escribimos un libro con todas nuestras historias? Así, otros niños pueden conocer nuestras tradiciones y espíritu" - sugirió.

Todos estuvieron de acuerdo, entusiasmados. Comenzaron a planear cómo aportar sus relatos al libro y a escribir sus anécdotas. El festival concluyó con una hermosa danza donde todos los niños bailaron juntos, uniendo sus diferencias en un solo ritmo, mientras el árbol brillaba como símbolo de su diversidad.

Al final del día, Mei, Sacha, Amina y Tomás sentaron la base de una amistad que trascendió fronteras. Se dieron cuenta de que, aunque eran diferentes, sus historias eran las que realmente los unían. Y así planearon reunirse cada año en Diverlandia, no solo para celebrar el Día de la Diversidad Cultural, sino también para seguir compartiendo cuentos que inspiraran a otros a celebrar sus propias raíces.

Desde entonces, los niños de Diverlandia y sus amigos del mundo aprendieron que contar su historia era una forma especial de abrazar la diversidad y de valorar lo que los hace únicos. El festival se convirtió en un evento mágico e inolvidable donde el verdadero tesoro era el amor y la amistad que se forjó entre ellos.

FIN.

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