El Festival de las Culturas



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Diversilandia, donde vivían niños de distintas nacionalidades. Cada uno de ellos traía consigo sus tradiciones, comidas y canciones. En Diversilandia, el Día del Respeto a la Diversidad Cultural era uno de los días más esperados, pero este año, había un problema.

- ¡Hola, Pedro! - saludó Ana, una niña de origen español, mientras jugaba con su trompeta en el parque.

- ¡Hola, Ana! - respondió Pedro, un niño de raíces brasileiras - ¿Ya pensaste en qué vas a hacer para el festival?

- Quiero preparar tortilla española. Es una receta de la abuela. - dijo Ana con una sonrisa.

- ¡Qué rico! Yo voy a hacer brigadeiro, un dulce súper rico de Brasil. - contestó entusiasmado Pedro.

Los niños se unieron a otros amigos y juntas empezaron a hacer planes para el gran festival. Pero un día, un nuevo niño llamado Tomás llegó a Diversilandia. Era muy tímido y no parecía tener amigos.

- ¡Hola! - gritó Ana al acercarse - ¿Cómo te llamas?

- Me... me llamo Tomás. - respondió con vergüenza.

- ¡Genial! Vas a formar parte del festival, ¿verdad? - dijo Pedro.

- No sé... - murmuró Tomás, bajando la mirada.

- Pero todos estamos preparando algo muy divertido. Vení, contanos de dónde sos. - insistió Ana.

Tomás, un niño de origen japonés, explicó que en su casa preparaban sushi y que disfrutaba mucho trabajando con su madre en la cocina.

- ¡Eso sería genial! - exclamó Pedro. - Nunca probé sushi.

- Me encantaría que lo traigas al festival. - agregó Ana con entusiasmo.

- Hmm... no creo que sea suficiente. - dijo Tomás, sintiéndose inseguro.

Los amigos le insistieron, y así, Tomás se animó, pero aun así, se sentía inseguro de sus habilidades. Durante los días siguientes, cada uno se preparó con entusiasmo. Cada día parecía un desfile de sabores, colores y melodías en Diversilandia.

El día del festival llegó. Todos estaban emocionados. Las calles estaban llenas de música y risas. Cada niño tenía su puesto, lleno de exquisitos manjares y decoraciones que representaban sus culturas. Ana mostró a los demás cómo hacer su famosa tortilla, mientras Pedro compartía sus brigadeiros con alegría.

Tomás, con su manta y su sushi cuidadosamente preparado, se sentía un poco nervioso mientras veía a todos disfrutar. Pero su mamá le había dicho que lo más importante era compartir y celebrar juntos. Así que decidió dar un paso adelante.

- ¡Hola a todos! - gritó Tomás, mientras levantaba su bandeja llena de sushi. - Este es un plato de mi cultura. Espero que les guste.

Los amigos aplaudieron y se acercaron para probarlo. Al principio, algunos niños hicieron caras raras porque nunca habían probado sushi, pero luego se dieron cuenta de lo delicioso que era.

- ¡Esto está increíble, Tomás! - exclamó Ana.

- Sí, tenés que venir a mostrarme cómo se hace. - dijo Pedro.

- A partir de ahora, serás nuestro chef de sushi. - agregaron los demás.

Tomás sonrió como nunca antes, sintiéndose aceptado y valorado. La alegría del festival se convirtió en un recuerdo inolvidable para todos los niños, quienes aprendieron que la diversidad cultural no solo enriquecía sus platos, sino también sus corazones.

Desde aquel festival en Diversilandia, cada año, Tomás, Ana, Pedro y todos sus amigos esperaban el Día del Respeto a la Diversidad Cultural con la certeza de que sus diferencias eran lo que los hacía únicos y especiales. Y así, juntos, celebraban la riqueza de sus tradiciones y la magia de compartir momentos en comunidad.

FIN.

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