El Festival de las Montañas
En un pequeño pueblo en la falda de una gran montaña llamada Altamira, los niños estaban emocionados, ya que iba a celebrarse el Día Internacional de las Montañas. Ese día, todos los habitantes se reunían para honrar a las montañas que cuidaban del pueblo.
Mientras el sol comenzaba a asomarse, los niños se reunieron en la plaza principal, donde la maestra Lila les explicó la importancia de las montañas.
"Hoy celebramos todo lo que nos brindan: agua, aire limpio y un hogar para muchas criaturas" - dijo Lila.
Entre los niños estaba Tomás, un niño curioso y aventurero.
"Maestra, ¿podemos escalar Altamira para ver el festival desde la cima?" - preguntó con los ojos brillantes.
"Es una gran idea, Tomás, pero debemos estar preparados y cuidar nuestro entorno. Siempre es bueno recordar que las montañas son frágiles" - respondió Lila.
Tomás, emocionado, reunió a sus amigos: Clara, la artista, y Felipe, el amante de la naturaleza. Juntos decidieron que escalarían Altamira antes de que comenzara el festival.
"Voy a llevar mis pinturas para que podamos capturar la belleza de la montaña" - dijo Clara mientras organizaba sus útiles.
A medida que ascendían, los niños se maravillaban con todo lo que veían: árboles altos, flores de todos los colores y pequeños animales que habitaban en la montaña.
"¡Mirá esa ardilla!" - exclamó Felipe.
"Y la vista es impresionante desde aquí arriba" - agregó Tomás, sintiéndose orgulloso de su aventura.
Mientras subían, también empezaron a notar algunos residuos en el camino: botellas y envoltorios de comida.
"Esto no debería estar aquí. Las montañas merecen estar limpias" - comentó Clara, preocupada.
Con el espíritu de cuidar su hogar, decidieron recoger toda la basura que encontraban en su camino.
"Si todos hicieran un esfuerzo por cuidar la montaña, sería mucho más hermosa" - dijo Tomás mientras recogía una botella.
Finalmente, después de un largo esfuerzo, llegaron a la cima de Altamira. La vista era magnífica, y el cielo se pintaba de colores mientras el sol comenzaba a ocultarse.
"¡Es asombroso! Nunca había visto algo así" - dijo Clara, sacando su cuaderno para dibujar.
"Lo logramos, amigos. ¡Estamos en la cima!" - gritó Felipe emocionado.
Mientras disfrutaban del atardecer, un anciano, don Manuel, que solía vivir en el pueblo, se les acercó.
"Hola, pequeños aventureros. Veo que han llegado lejos. Pero, ¿se han dado cuenta de lo que han hecho hoy?" - les preguntó el anciano.
"Hemos venido a celebrar el Día Internacional de las Montañas, don Manuel" - respondió Tomás.
"Sí, pero también han hecho algo más importante: han cuidado de esta belleza. Recoger la basura y ser conscientes de nuestro entorno es la mejor manera de honrar a las montañas" - dijo el anciano con una sonrisa.
Los niños se miraron entre sí, asumiendo lo que don Manuel les estaba diciendo.
"Entonces, siempre que vayamos a la montaña, debemos llevar una bolsa para recoger lo que otros dejen" - propuso Clara.
"Sí, para que nuestros hijos y nietos también puedan disfrutar de este paisaje" - añadió Felipe.
Al bajar, no solo llevaron consigo recuerdos y risas, sino también una nueva misión. Cada año, prometieron retornar a la montaña en el Día Internacional de las Montañas, no solo para celebrar, sino para proteger ese lugar mágico que les había enseñado tanto.
Y así, aprendieron que cuidar de la naturaleza es una forma de amor y respeto, y que en cada montaña hay historias que contar, paisajes que admirar y lecciones que aprender.
A partir de aquel día, el pequeño pueblo se llenó de más niños y familias que venían a limpiar, a celebrar y a cuidar de Altamira, porque un verdadero festival no es solo de colores y risas, sino de compromiso y responsabilidad hacia nuestra casa: la Tierra.
FIN.