El Festival de los Colores
En el pueblito de Arcoíris, todos los años se celebraba el Día del Respeto por la Diversidad Cultural. Ese año, los habitantes habían decidido organizar un gran festival donde cada uno podía mostrar su cultura, sus tradiciones y, sobre todo, sus deliciosos platillos.
La pequeña Sofía, una chiquita de ojos brillantes y una risa contagiosa, estaba muy emocionada. Le dijo a su mamá:
"Mamá, ¿qué podemos preparar para el festival?"
"Podríamos hacer las empanadas que hacía tu abuela, pero también me gustaría que probemos algo nuevo, algo especial. ¿Qué te parece?"
Sofía pensó un instante y respondió:
"¡Sí! Pero, ¿qué tal si pedimos ayuda a Marta? Ella tiene una receta de tortillas que son muy ricas. ¡Podríamos mezclar nuestras comidas!"
"Es una idea maravillosa, querida. ¡Hagámoslo juntos!"
Marta, su amiga, era de una familia que venía de México y tenía muchas tradiciones coloridas. Sofía y su mamá la invitaron a su casa para cocinar juntas. Marta llegó llena de energía y a medida que se preparaban, le explicó a Sofía cómo hacer las tortillas:
"Primero hay que mezclar la harina con agua y un poco de sal, ¡así!"
Sofía probó a mezclar y, para ella, fue como una magia hacer que los ingredientes se transformaran.
"¡Es divertido!" exclamó.
Cuando llegaron al festival, cada stand estaba lleno de platos hermosos y coloridos de todas partes del mundo. Allí estaban los ravioles de Don Carlos, las tortas fritas de la abuela Nati y la paella de Antonio, el amigo español de Marta.
De repente, Sofía notó que Guille, su compañero de clase, estaba sentado solo, mirando a los demás desde lejos. Sofía se acordó que Guille era de un país muy lejano y que no había traído comida para compartir. Decidió acercarse a él:
"Hola, Guille. ¿Por qué no venís a probar nuestra comida?"
Guille sonrió tímidamente:
"Es que no tengo nada para ofrecer y… no quiero molestar."
"¡No te preocupes! Hay lugar suficiente. ¡Hagamos un intercambio! Te traemos un plato de empanadas y tú nos cuentas más sobre tu país. ¿Te parece?"
Guille, algo sorprendido, asintió.
Rápidamente, Sofía le llevó un plato:
"Mira, estas son empanadas. Son deliciosas. Pero queremos probar algo de tu casa también."
Guille, emocionado, sacó de su mochila un pequeño recipiente con unos dulces típicos:
"Estos son alfajores de mi país. Se hacen con mucha miel y frutos secos."
Sofía probó uno y exclamó:
"¡Son riquísimos! ¡Qué bueno que compartas con nosotros!"
Guille sonrió y el ambiente a su alrededor se llenó de risas y historias de distintos países.
Mientras disfrutaban, la música empezó a sonar y todos comenzaron a bailar. Las luces de los farolitos en el festival iluminaban el rostro de cada niño y niña, llenándolos de alegría. Marta, con la valentía que la caracterizaba, subió a un escenario pequeño:
"¡Amigos! Vamos a enseñarles un baile tradicional de México, ¡todos pueden participar!"
Sofía miró a Guille:
"¿Vamos?"
Guille, aunque un poco tímido, asintió.
"¡Sí! Pero no sé bailar."
"No te preocupes, yo te enseñaré. ¡Vamos!"
Ambos se unieron a la multitud. A medida que bailaban, unieron sus risas y movimientos, y se sintieron más cómodos. Cada niño, al verlos, se unió al baile. Al final del día, se dieron cuenta de que no solo habían compartido comidas y tradiciones, sino también amistad.
El festival terminó con un gran brindis:
"¡Por la diversidad!" gritaron.
Sofía, Guille, Marta y todos los demás levantaron sus vasos de jugo, felices de haber compartido algo tan especial.
"Recordemos, siempre es bueno compartir lo que somos y lo que tenemos," dijo la mamá de Sofía.
Así, volver a casa se sintió diferente. Sofía y Guille sabían que habían aprendido algo precioso: la diversidad cultural es como un arcoíris, donde cada color representa una parte especial de cada uno. Y entre ellos, los colores más brillantes eran los lazos de amistad que habían creado en el festival.
Y, a partir de ese día, en Arcoíris, no solo se celebraba la diversidad, sino que se vivía en cada encuentro, en cada plato compartido y en cada baile de alegría.
FIN.