El Festival de los Tambores Mágicos
En un pequeño barrio de Buenos Aires, los niños y las niñas de la comunidad afrodescendiente estaban muy emocionados. Se acercaba el día del gran festival de murgas y candombe que habían organizado. La abuela Rosa, una mujer de largos cabellos grises y sonrisa contagiosa, había sido la que les había contado a todos sobre la rica cultura afroargentina.
"Chicos, el candombe es parte de nuestra historia, ¡tenemos que celebrarlo!" - les decía la abuela Rosa mientras agitaba sus manos al compás de un tambor.
Los niños, como Lucas y Sofía, estaban ansiosos por mostrar sus talentos. Lucas, un niño con una sonrisa pícara, tocaba el tambor con gran destreza, mientras que Sofía, con su voz melodiosa, ensayaba canciones que hablarían de su gente.
Mientras se preparaban para el festival, algo inesperado ocurrió. Un grupo de niños del barrio vecino se burló de ellos.
"¿Qué hacen ustedes con eso? ¿Candombe? ¡Eso es cosa del pasado!" - gritó Juan, un niño de camiseta roja.
Sofía se quedó triste, pero Lucas la tomó de la mano y dijo:
"No te preocupes, Sofi. ¡Vamos a demostrarles que el candombe es magia!"
Así que decidieron recordar las enseñanzas de la abuela y transformaron el dolor en fortaleza. Pasaron los días ensayando con pasión y dedicación. Cada tarde, el sonido de los tambores llenaba el aire y el barrio se iba llenando de colores y alegría.
Finalmente, llegó el día del festival. Todos estaban allí, desde los más pequeños hasta los grandes. La plaza se llenó de gente, aromas de comida típica y risas entusiastas resonaban por todo. La abuela Rosa tenía una idea brillante.
"Vamos a invitar a nuestros vecinos a participar, a que vean lo lindo que es el candombe" - dijo mientras sonreía.
Así que se acercaron a Juan y sus amigos, y les pidieron que se unieran. Al principio estaban reacios, pero Lucas les animó:
"Venimos a compartir, no a competir. El candombe es para todos, ¡vení a bailar con nosotros!"
Juan, curioso, finalmente decidió probar y se unió a la danza. Descubrió que, al ritmo de los tambores, sus pies se movían solos y, para su sorpresa, disfrutó muchísimo.
"¡Esto es divertido!" - exclamó, mientras giraba en círculo.
Cuando la murga comenzó a tocar, todos se sintieron conectados. La música llenaba el aire y una energía positiva envolvía a cada uno. Los ritmos, los movimientos y las sonrisas se mezclaban en un espectáculo inolvidable.
Los niños del barrio se unieron a sus nuevos amigos, y pronto la plaza se transformó en un mar de colores y sonrisas. La abuela Rosa, al ver todo esto, sintió que su corazón estallaba de alegría.
"¡Eso es! La verdadera magia del candombe es que une a todos" - dijo emocionada.
Luego de una tarde llena de ritmos y colores, Sofía tomó el micrófono y con su voz dulce dijo:
"¡Gracias a todos por estar aquí! Juntos hacemos que nuestra cultura brille. ¡El candombe es parte de todos nosotros!"
A partir de ese día, el festival de las murgas y candombe se convirtió en una celebración anual en el barrio, donde siempre se unían más amigos de otras culturas, porque habían aprendido que lo que importaba era celebrar la diversidad.
Y así, el pequeño conjunto de niños mostró que la cultura es un camino donde todos podemos bailar juntos, enriqueciendo nuestra historia con la armonía de cada uno. Fin.
FIN.