El Festival de Raíces en la Escuela Rural Número 7
En la escuela rural número 7, ubicada en el pequeño poblado de Paso del Bote, los niños y las niñas estaban emocionados. El fin de año se acercaba y con él, el tan esperado festival. Este año, se habían propuesto realizar un festival centenario que destacara las danzas típicas del Uruguay, fomentando así su identidad y el orgullo por sus raíces.
Los docentes, liderados por la maestra Clara, se reunieron un viernes por la tarde para organizar las actividades.
"¡Chicos! Este año vamos a hacer algo diferente: un festival donde mostraremos nuestras danzas típicas. Queremos que todos conozcan y sientan lo que significa ser uruguayo", dijo Clara con entusismo.
Los alumnos se miraron entre sí, algunos emocionados, otros nerviosos. Entre ellos estaba Agustín, un niño con espíritu aventurero pero que nunca había bailado en público.
"¿Y si salimos todos a bailar? ¿No vamos a hacer el ridículo?", preguntó con un hilo de voz.
La maestra, con una sonrisa, le respondió:
"Agustín, el festival es una oportunidad para compartir nuestra cultura con alegría. ¡No hay ridículo! Aquí todos apoyaremos a todos. ¡Te prometo que va a ser divertido!"
Así, decidieron que cada grado presentaría una danza diferente. El primer grado bailaría Candombe, el segundo aprendería la Zamba, y los más grandes, la Murga.
Los ensayos comenzaron esa misma semana. Los niños se dividieron en grupos y cada uno eligió a un compañero para practicar. Agustín, nervioso, pidió ayuda a su amiga Sofía, quien siempre sonreía y tenía confianza en su capacidad de baile.
Mientras ensayaban, Agustín sentía que los pasos de baile eran cada vez más difíciles.
"Sofía, no sé si puedo. Me da miedo equivocarme frente a todos", le confesó Acustín.
"Pero si no ensayamos y no logramos aprender, no vamos a poder mostrarles a todos lo que tenemos preparado. Te prometo que estaré contigo en el escenario", afirmó Sofía, dándole ánimo.
Pasaron los días y llegó el gran día. La escuela se llenó de alumnos, padres y abuelos, todos esperando el festival con ansias. Las luces estaban listas, los trajes brillaban y el escenario era un sueño.
"Estoy muy nervioso...", susurró Agustín mientras miraba cómo otros alumnos comenzaban a prepararse.
Sofía le dio un abrazo y le dijo:
"Hagámoslo por nuestra cultura, por todos los que vinieron a apoyarnos."
Cuando llegó su turno, Agustín se ubicó junto a Sofía y los demás compañeros. El sonido del tambor comenzó a sonar y el ritmo del Candombe lo envolvió. Para su sorpresa, los nervios se transformaron en energía y emoción al sentir cómo sus pies se movían al compás de la música.
"¡Mirá, Agustín! ¡Te sale perfecto!", lo animó Sofía.
La multitud aplaudía y sonreía, celebrando cada paso que daban con orgullo. Agustín se dio cuenta de que no estaba solo. Todos estaban disfruntando y celebrando la danza juntos.
Después de haber bailado con tanto fervor, los niños sintieron que habían dejado una parte de sí mismos en el escenario. Al final del festival, todos se reunieron para compartir lo aprendido y cómo se sintieron.
"Nunca pensé que bailaría frente a tanta gente y me divertiría tanto", confesó Agustín.
Los padres y los maestros los felicitaron y compartieron lo importante que era valorar la cultura y las tradiciones que formaban parte de su identidad.
"El festival no solo fue una oportunidad para mostrar nuestras danzas, sino también para unirnos como comunidad y celebrar lo que somos. ¡Estoy muy orgullosa de todos ustedes!", dijo la maestra Clara con lágrimas de felicidad en sus ojos.
Así, el Festival de Raíces se convirtió en un recuerdo entrañable para todos en Paso del Bote. Agustín, desde ese día, no solo aprendió a bailar, sino también a valorar la conexión con su cultura, sus amigos y su comunidad. Y todos comprendieron que sus raíces eran una parte importante de su identidad, que merecía ser celebrada y compartida.
El festival llegó para quedarse y se convirtió en una tradición que se celebraba cada fin de año, reuniendo a toda la comunidad en un baile de alegría y orgullo.
FIN.