El follet de Palafrugell



Había una vez en la biblioteca de la escuela Torres Jonama de Palafrugell, un pequeño follet irlandés llamado Rigell que había llegado a aprender catalán y se había enamorado del lugar.

Rigell era curioso y aventurero, le encantaba descubrir nuevos idiomas y culturas, y qué mejor lugar para hacerlo que rodeado de niños y niñas curiosos como él. Un día, mientras Rigell hojeaba un libro sobre cuentos catalanes, escuchó risas provenientes del patio de recreo.

Se asomó por la ventana y vio a un grupo de niños y niñas jugando alegremente. Su corazón se llenó de alegría al ver tanta diversión, pero también sintió una pizca de tristeza al recordar su hogar lejano en Irlanda.

Decidió salir al patio y presentarse a los niños. Al principio, todos se sorprendieron al ver a este simpático folletito verde parlante, pero pronto se dieron cuenta de lo especial que era Rigell.

Los niños le enseñaron palabras en catalán mientras él les contaba historias mágicas sobre sus viajes por el mundo. "¡Hola chicos! Soy Rigell, un follet viajero que ha venido desde Irlanda para aprender catalán. ¿Me enseñan algunas palabras nuevas hoy?" -dijo Rigell con entusiasmo.

Los niños lo rodearon emocionados y comenzaron a enseñarle palabras como —"hola" , —"amistad"  y —"aventura" . Rigell las repetía una y otra vez hasta que las pronunciaba perfectamente. Los días pasaban volando entre risas, juegos y aprendizaje.

Rigell se sentía feliz en su nueva casa en la biblioteca junto a sus amigos los niños. Pero un día, algo inesperado sucedió: el director de la escuela anunció que debido a trabajos de remodelación, la biblioteca debía cerrar temporalmente.

Rigell estaba triste al tener que despedirse de sus amigos tan pronto. Sin embargo, los niños no querían dejarlo solo.

Juntos idearon un plan para seguir aprendiendo catalán mientras la biblioteca estaba cerrada: convertirían el jardín de uno de los niños en una mini biblioteca al aire libre donde podrían reunirse todos los días. Así fue como Rigell y los niños transformaron el jardín en un espacio mágico lleno de libros, colores y risas.

Aprendieron juntos cada día nuevas palabras en catalán mientras disfrutaban del sol y la naturaleza. Finalmente, cuando la biblioteca reabrió sus puertas, Rigell ya hablaba catalán casi tan bien como cualquier niño local.

Estaba agradecido por haber conocido a esos maravillosos amigos que lo habían ayudado en su aprendizaje. Y así, entre aventuras e amistades, Rigell comprendió que el verdadero tesoro no está en los lugares lejanos que visita sino en las personas especiales que encuentra en el camino.

FIN.

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