El Fuego Robado del Yaguareté



En un rincón mágico de la selva, donde el viento susurraba cuentos y las flores bailaban con el sol, vivía un poderoso yaguareté llamado Yagu. Era conocido por custodiar el fuego sagrado, un fuego que iluminaba la noche y daba vida a los alimentos del pueblo mapuche.

Un día, los habitantes del pueblo se reunieron en la aldea. La abuela Lien decía con voz temblorosa: "Necesitamos el fuego para cocinar. Sin él, nuestros estómagos rugen como jaguares hambrientos."

Los demás hombres y mujeres asintieron. Así, un grupo de valientes decidió emprender una búsqueda para conseguir el fuego del yaguareté. Entre ellos estaba la intrépida Sofía, una niña de corazón valiente que decía: "No tengo miedo. Si Yagu está durmiendo, seremos sigilosos. ¡Tomaremos un poco de su fuego!"

Guiados por la luz de la luna, los mapuches caminaron por la selva hasta llegar a la cueva del yaguareté. La imagen del potente felino dormido los hizo detenerse. Era enorme, con el pelaje moteado brillando bajo la luz. Sofía acercó su mano con cautela y, usando una antorcha, tomó un poco del fuego que iluminaba la cueva.

"¡Lo hemos logrado!" —exclamó, con su voz en un susurro. Los demás celebraron en silencio y regresaron rápidamente al pueblo, felices de haber conseguido el fuego.

Sin embargo, esa noche, mientras el fuego crepitaba en su fogón, un viento helado recorrió la aldea. Sofía sintió un escalofrío. "¿No les parece que falta algo?" —preguntó. Pero nadie le prestó atención, inmersos en el aroma de la comida cocinándose.

Al día siguiente, un gran estruendo resonó en la selva. Era Yagu, despertando de su profundo sueño. Al darse cuenta de que su fuego había sido robado, rugió con furia: "¡Invasores! ¡Han perturbado mi sueño sagrado!" Y comenzó a buscar por toda la selva, sus zancadas resonando con fuerza.

Sofía, al escuchar el rugido, se sintió culpable. Recordó la conexión que los mapuches tenían con la naturaleza y los elementos. "Debemos devolverle el fuego a Yagu" —dijo decidida. Los otros, algo dudosos, finalmente asintieron.

Juntos, decidieron regresar a la cueva del yaguareté. Al llegar, Yagu estaba allí, con su mirada insatisfecha y firme.

"¿Por qué me han robado mi fuego?" —preguntó, su voz retumbando como un trueno.

Sofía dio un paso adelante y, con el corazón en la mano, dijo: "Perdónanos, gran Yagu. Teníamos hambre y no pensamos en cómo te podría afectar. No queríamos lastimarte ni hacerte enojar."

Yagu, sorprendido por la valentía de la niña, comenzó a calmarse. "Lo que ustedes no saben es que el fuego es un regalo de la naturaleza, y debe ser cuidado y respetado. No solo se trata de un elemento para cocinar, es la esencia de la vida."

Sofía, inspirada, respondió: "Prometemos ser responsables y cuidar el fuego como un tesoro, si nos lo permitís. Te devolveremos lo que tomamos."

Yagu, comprendiendo la buena intención de los mapuches, sonrió, mostrando su amabilidad. "Si prometen cuidar el fuego y no volver a robarlo, les otorgaré una chispa que podrán usar para encender un nuevo fuego en su aldea. Pero recuerden siempre: cada elemento de la naturaleza tiene su propia alma."

Con un gesto amable, Yagu se acercó y de su hocico surgió una chispa brillante. Sofía la tomó con cuidado y, agradecida, prometió: "Nunca olvidaremos tu lección, Yagu. El fuego vivirá en nuestras almas, pero lo respetaremos como un amigo."

Así fue como el pueblo mapuche aprendió sobre la importancia de respetar y cuidar la naturaleza. Desde ese día, cada vez que cocinaban, recordaban al yaguareté y su fuego sagrado, sabiendo que todos los elementos del mundo estaban interconectados. Y, en las noches despejadas, el sonido del viento y los ecos de la selva seguían contando la historia de una valiente niña y un valioso yaguareté. En cada hogar, el fuego se encendía con amor y respeto, y la selva sonreía, agradecida.

FIN.

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