El futuro en las manos de Mateo



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Mateo. Mateo era un niño muy inteligente y curioso, le encantaba inventar cosas nuevas en su pequeño laboratorio en el patio trasero de su casa.

Un día, mientras investigaba sobre la física cuántica, Mateo tuvo una idea brillante: crear una máquina que pudiera predecir el futuro. Después de meses de trabajo arduo y muchas pruebas fallidas, finalmente logró construir la máquina perfecta.

Al principio, Mateo estaba emocionado por poder ver lo que le deparaba el futuro. Pero pronto se dio cuenta de que el conocimiento del mañana tenía un precio.

Cada vez que utilizaba la máquina, algo malo o inesperado sucedía en su vida o en la vida de las personas a su alrededor. Mateo se sintió abrumado por la responsabilidad de saber lo que iba a pasar y decidió dejar de usar la máquina.

Sin embargo, la tentación era demasiado grande y volvía una y otra vez para consultarla. Un día, mientras Mateo estaba mirando fijamente los números parpadeantes en la pantalla de la máquina, escuchó una voz suave detrás suyo.

Era Luna, una niña del pueblo que siempre había admirado a Mateo por su inteligencia. "¿Qué estás haciendo, Mateo?" -preguntó Luna con curiosidad. "Estoy viendo el futuro", respondió Mateo sin apartar la vista de la pantalla.

Luna se acercó más y vio cómo los números cambiaban rápidamente ante sus ojos. De repente, todo se detuvo y apareció un mensaje en letras brillantes: "El conocimiento del mañana tiene un precio". "¡Mateo! ¡Debes detenerte! No puedes jugar con el destino así", exclamó Luna con preocupación.

Mateo miró a Luna con sorpresa y luego miró nuevamente el mensaje parpadeante en la pantalla. Se dio cuenta de que Luna tenía razón. Había estado jugando con fuerzas más grandes que él mismo y eso no estaba bien.

Decidió apagar la máquina para siempre y prometió no intentar predecir el futuro nunca más. En cambio, decidió vivir cada día al máximo, disfrutando del presente sin preocuparse por lo que vendría después.

Con el tiempo, Mateo se dio cuenta de que las sorpresas y los desafíos del futuro eran parte importante de la vida. Aprendió a aceptarlos con valentía y determinación, sabiendo que cada obstáculo era una oportunidad para crecer y aprender algo nuevo.

Y así, Mateo e Luna se convirtieron en grandes amigos y juntos descubrieron que lo más importante no es saber qué nos espera en el futuro, sino cómo enfrentamos lo desconocido con coraje y esperanza en nuestros corazones.

Y vivieron felices para siempre aprendiendo juntos cada día algo nuevo sobre ellos mismos.

FIN.

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