El gallo Fernando y el amor incondicional



Había una vez en un pintoresco gallinero en la región de Pergamino, un gallo llamado Fernando que vivía muy triste. Había perdido a su madre en un accidente y su padre, Don Claudio, era un gallo enamorado de la vida.

Desde que su madre había fallecido, Fernando se sentía solo y desanimado, sin encontrar consuelo en nada ni en nadie. Pasaba los días deambulando por el gallinero con la mirada perdida y el corazón apesadumbrado.

A pesar de los esfuerzos de su padre por animarlo, Fernando parecía sumido en una profunda tristeza. Don Claudio, un gallo sabio y amoroso, decidió que era hora de hacer algo para ayudar a su hijo a encontrar la alegría de vivir nuevamente.

Un día, mientras Fernando deambulaba por el gallinero, su padre se acercó a él y le dijo: -Hijo, sé que extrañas mucho a tu madre, pero ella siempre estará en nuestros corazones.

Aun así, debes recordar que la vida continúa y que debes encontrar la fuerza para seguir adelante. Hay tanto amor y belleza a nuestro alrededor, y debes aprender a verlo. Fernando, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, asintió con tristeza. Sin embargo, Don Claudio tenía un plan.

Sabía que la mejor manera de sacar a su hijo de la tristeza era mostrándole el amor incondicional que podía encontrarse en otras formas. Entonces, decidió llevar a Fernando a conocer a una familia de patitos que vivía en el estanque cercano.

Los patitos, al ver a Fernando y Don Claudio acercarse, salieron corriendo emocionados. -¡Hola, hola! ¿Quiénes son ustedes? -exclamaron emocionados. Don Claudio les explicó que eran sus vecinos del gallinero y que querían compartir un momento con ellos.

Durante ese día, los patitos y los gallinas jugaron y se divirtieron juntos. Fernando se encontró a sí mismo riendo y disfrutando, olvidando temporalmente su tristeza.

Al final del día, cuando regresaron al gallinero, Don Claudio le preguntó a su hijo: -¿Ves, Fernando? El amor y la alegría están siempre a nuestro alrededor. Solo debemos estar abiertos a verlos. Fernando, con una sonrisa tímida, asintió.

Desde ese día, Fernando comenzó a apreciar las pequeñas alegrías de la vida, encontrando consuelo en la amistad y el cariño de sus amigos del gallinero. Aprendió que el amor de su padre y la compañía de sus amigos podían llenar su corazón de alegría, demostrándole que el amor incondicional puede sanar las heridas más profundas.

Aunque nunca olvidaría a su madre, Fernando descubrió que era capaz de encontrar felicidad en las experiencias cotidianas y en el amor que lo rodeaba.

FIN.

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