El gatito compasivo



mis estudios en la universidad, asistíamos regularmente. Pero una noche de domingo, algo inesperado sucedió. Era un hermoso día de primavera y el sol comenzaba a ponerse en el horizonte.

Mi mamá nos llamó desde la sala para decirnos que era hora de ir a misa. Mi hermano menor, Martín, y yo nos apresuramos a ponernos los zapatos y salir corriendo hacia la iglesia.

Caminábamos por las calles del barrio mientras el viento soplaba suavemente en nuestros rostros. Era un paseo que ya conocíamos bien, pero esa noche parecía diferente. Había una sensación especial en el aire.

Llegamos a la esquina donde girábamos para tomar el camino más corto hacia la iglesia cuando escuché un ruido extraño proveniente de un callejón cercano. Martín y yo nos miramos con curiosidad y decidimos investigar qué estaba sucediendo. Nos acercamos sigilosamente al callejón y vimos a dos gatitos jugando entre sí.

Eran tan adorables que no pudimos resistirnos a acercarnos aún más para observarlos mejor. "¡Mira, Martín! Son los gatitos más lindos que he visto", susurré emocionada. Martín sonrió ampliamente y extendió su mano para acariciar uno de ellos.

Los gatitos se dejaron tocar sin ningún temor y comenzaron a ronronear con alegría. "Mamá va a estar preocupada si llegamos tarde", dije recordando nuestro objetivo inicial. Martín asintió con tristeza, pero antes de alejarnos, notamos algo extraño en uno de los gatitos.

Tenía una patita lastimada y cojeaba al caminar. "Pobrecito, está herido", exclamé con preocupación. Sin pensarlo dos veces, Martín se agachó y tomó al gatito en sus brazos con cuidado. Decidimos llevarlo a casa y pedirle ayuda a mamá para curarlo.

Corrimos de vuelta a casa mientras el gatito maullaba suavemente en los brazos de mi hermano. Mamá nos miró sorprendida cuando entramos por la puerta. "¡Chicos! ¿Qué están haciendo aquí? La misa está por comenzar", dijo preocupada.

Le explicamos rápidamente sobre el gatito herido y cómo no podíamos dejarlo ahí solo. Mamá nos miró con ternura y comprensión. "Está bien, dejaremos la misa para otro día.

Ahora lo importante es ayudar a este pequeño amigo", respondió mamá mientras buscaba vendas y desinfectante en el botiquín. Pasamos el resto de la noche limpiando la herida del gatito y asegurándonos de que estuviera cómodo en una caja con mantas suaves.

Mi mamá nos enseñó cómo cuidar adecuadamente a un animalito lastimado y nos recordó lo importante que era ser compasivos y ayudar a aquellos que más lo necesitan. Los días pasaron rápidamente y nuestro nuevo amigo comenzó a recuperarse gracias a los cuidados constantes que le brindábamos.

Lo llamamos —"Manchas"  debido a las peculiares manchas negras en su pelaje blanco. Con el tiempo, Manchas se convirtió en parte de nuestra familia.

Jugaba con nosotros, nos acompañaba en nuestras aventuras y siempre estaba ahí para darnos amor y compañía. Aprendimos el verdadero significado de la responsabilidad y la importancia de cuidar a los seres vivos que nos rodean.

Aunque ya no íbamos a misa todos los domingos, nunca olvidamos esa noche especial en la que decidimos ayudar a un pequeño gatito herido. Fue un recordatorio constante de que incluso las cosas más simples pueden marcar una gran diferencia en la vida de alguien más.

Y así, Martín y yo aprendimos una valiosa lección: el verdadero acto de bondad no tiene horarios ni límites. Está presente cada vez que extendemos una mano para ayudar a alguien o algo necesitado. Y eso es lo que realmente importa.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!