El Gato Bigotes y Emilia de 3 años
Era una mañana soleada en el barrio de Emilia, una nena de tres años llena de energía y curiosidad. En su casa, había un gato muy especial, con un pelaje suave y ojos brillantes que siempre lucía un bigote bien cuidado. Este gato se llamaba Bigotes y era su mejor amigo.
Un día, mientras Emilia jugaba con sus bloques de colores en el living, Bigotes se subió a la mesa y miró a la pequeña con sus ojos traviesos.
- ¡Hola, Emilia! ¿Qué estás haciendo? - preguntó Bigotes, frotando su cabeza contra el brazo de la nena.
- ¡Hola, Bigotes! Estoy construyendo una casa grande para ti y para mí - respondió Emilia, con una sonrisa deslumbrante.
- ¡Qué idea tan genial! Pero necesito un poco de magia para hacerla más especial. - dijo el gato mientras sus ojos brillaban con entusiasmo.
Emilia se quedó pensando y de repente se acordó de la caja de adornos que había encontrado en el garage.
- ¡Espera un momento, Bigotes! - gritó mientras corría hacia el garage.
Cuando regresó, llevaba una caja llena de brillos, lentejuelas y otras cosas coloridas.
- ¡Mirá, mirá! Podemos usar esto para hacer nuestra casa mágica - exclamó, abriendo la caja.
- ¡Wow! Esto es increíble. Pero necesitamos algo más. ¿Dónde podremos encontrar las estrellas? - preguntó Bigotes, con un aire de misterio.
- ¡Ah, ya sé! - dijo Emilia, recordando las luces que había visto en el cielo la noche anterior. - ¡Vamos al parque! Allí hay un árbol gigante que tiene las estrellas más brillantes.
Y así, decidieron ir al parque. Mientras caminaban, Emilia miraba a su alrededor con fascinación, contando las flores y los pájaros que se encontraban en el camino.
- ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! - contaba la niña con su dedo índice levantado.
Cuando llegaron al parque, Bigotes observó al enorme árbol.
- ¡Mirá, Emilia! - dijo señalando las ramitas del árbol que brillaban con el sol de la tarde. - Tiene estrellas de verdad.
Emilia se aproximó y, con mucho cuidado, empezó a recoger ramitas secas del suelo.
- ¡Vamos a hacer nuestras propias estrellas! - exclamó mientras comenzaba a atar las ramitas con el hilo que llevaba en su bolsa.
Bigotes se emocionó y empezó a correr alrededor, buscando más materiales.
- ¡Necesitamos algo que brille! - decía el gato mientras traía pequeñas piedras brillantes que encontró cerca de un estanque.
Después de un buen rato de trabajo en equipo, lograron hacer una hermosa casa con estrellas. Emilia miraba su creación con ojos llenos de satisfacción y Bigotes se acomodó a su lado.
- ¡Es la casa más mágica que he visto! – dijo Bigotes. – Pero ahora, ¿qué haremos con ella?
Emilia pensó un momento, luego sonrió.
- ¡Hagamos una fiesta para nuestros amigos! - propuso con entusiasmo.
Bigotes asintió con alegría.
- ¡Genial! Invitemos a todos los gatos del barrio. Ellos también merecen disfrutar de esta casa mágica.
Así que comenzaron a repartir invitaciones improvisadas en forma de papelitos a todos los gatos que encontraron en su camino. El parque pronto se llenó de risas de gatos y niños, todos jugando y disfrutando.
- ¡Mirá cómo bailan! - comentó Emilia, mirando a un grupo de gatos dando vueltas y brincando.
La fiesta fue un éxito. Emilia y Bigotes jugaron, rieron y disfrutaron de una tarde mágica. Cuando el sol empezó a ponerse, Emilia miró a Bigotes.
- Gracias por ayudarme a hacer esta casa, Bigotes. - dijo.
- ¡Gracias a vos por invitar a todos! – respondió el gato, acariciando su pata sobre la cabeza de la niña. – Juntos somos un buen equipo.
Y así, al caer la tarde, Emilia y Bigotes se dieron cuenta de que la verdadera magia no solo estaba en las estrellas o en los adornos, sino en la amistad y en compartir momentos especiales con los que amamos.
Desde ese día, cada vez que miraban las estrellas brillando en el cielo, recordaban la fiesta mágica que habían creado juntos y cómo, con un poco de imaginación y amistad, podían hacer cosas extraordinarias.
FIN.