El Gato Gordo y el Tesoro Compartido



Había una vez un gato llamado gordon, que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Era un gato muy travieso, de pelaje atigrado y unos ojos verdes que brillaban como esmeraldas. A gordon le encantaba jugar con sus juguetes: pelotitas de lana, ratoncitos de trapo y, sobre todo, una gran caja de cartón que siempre había considerado su tesoro más preciado.

Un día, mientras gordon jugaba con su caja, su amiga la gata Lila se acercó con una sonrisa.

"Hola, gordon. ¿Puedo jugar contigo?" - preguntó Lila, moviendo su colita emocionada.

Pero gordon, un poco egoísta, respondió:

"No, Lila. Esta caja es solo mía. No quiero que la toques."

Lila se entristeció un poco, pero se despidió y se fue a jugar sola. gordon continuó jugando, pero en el fondo de su corazón sentía que algo le faltaba para ser completamente feliz.

Al día siguiente, gordon decidió salir de su casa. Mientras caminaba por el parque, se encontró con un grupo de gatos jugando a la pelota. Todos se reían y parecían divertirse mucho.

"¿Puedo jugar?" - preguntó gordon, acercándose curioso.

Uno de los gatos, un tipo muy simpático llamado Nico, le sonrió.

"¡Claro! Pero necesitamos más pelotas. Solo tenemos una. ¿Tienes algo para compartir?" - dijo Nico, mientras pateaba la pelota hacia gordon.

gordon recordó su caja de cartón, y luego pensó en los ratoncitos de trapo que tenía en casa. Pero, por un momento, sintió que no quería compartir nada de eso.

"Lo siento, chicos. Solo tengo esta caja y no puedo sacarla de casa."

Los otros gatos se miraron entre sí, y gordon vio como su entusiasmo se desvanecía. Se dio cuenta de que, aunque tenía muchos juguetes, verlos jugar juntos sin él le parecía muy triste. Se fue del parque con el corazón apesadumbrado.

Al regresar a casa, gordon no podía dejar de pensar —si compartiera su caja, seguro que Lila y los demás gatos también se divertirían mucho.

Esa noche, decidió hacer algo diferente. A la mañana siguiente, preparó su caja, colocó algunos juguetes en el centro y fue al parque, esperando encontrar a sus amigos.

Cuando llegó, todos estaban allí, conversando.

"Hola, chicos. ¡Miren lo que traje!" - exclamó gordon, levantando su caja con orgullo.

Los gatos lo miraron con curiosidad.

"¿Qué hay ahí?" - preguntó Lila, acercándose.

"He traído mi caja y algunos juguetes para que juguemos juntos. Quiero compartir con ustedes!" - dijo gordon, sintiendo que su corazón latía de emoción.

Todos los gatos aplaudieron, y Lila sonrió más grande que nunca.

"¡Es genial, gordon! Gracias por compartir."

Así comenzaron a jugar todos juntos. Hicieron carreras con la caja, lanzaron pelotas, y se rieron hasta que sus panzas dolieron. gordon se dio cuenta de lo divertido que era compartir cosas con sus amigos y cuán feliz lo hacía ver sonrisas en sus rostros.

Mientras se ponía el sol, gordon no pudo evitar sentir una calidez en su pecho. Había aprendido que compartir no solo hacía felices a los demás, sino que también llenaba su corazón de alegría.

Desde ese día, el Gato gordon nunca dejó de compartir, porque se dio cuenta de que un juguete tenía mucho más valor cuando se disfrutaba en compañía. Y así, entre risas y juegos, todos los gatos del barrio vivieron más felices, y gordon se convirtió en el mejor amigo de todos, un gato que no solo tenía juguetes, sino también un gran corazón para compartir.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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